José Luis Correa
José Luis Correa (Foto: Ana Portnoy).

Lee aquí las dos primeras páginas de su nueva novela

José Luis Correa está a punto de presentar El detective nostálgico (Alba Editorial) y ya anda escribiendo a todo meter su décima novela. Se debe a una razón muy especial, comenta en mitad de la cafetería de la Facultad de Humanidades:  «Estoy ya con la décima porque mi sobrino, el músico Yul Ballesteros, me dijo que había una maldición entre los músicos y es que cuando componen la novena se mueren y me lo dijo así, sin ninguna explicación, con frialdad. Y ante esto, dado que se trata de la novena novela de Ricardo Blanco, me estoy dando prisa en terminar la décima y ver si la puedo publicar a primeros del próximo año, y comprobar si así rompo la maldición». Entre bromas y estudiantes que apuran sus desayunos antes de continuar con sus clases a media mañana, me enredo en una entrevista de esas que no quieres que acaben. Sin embargo, nobleza obliga y tiene que regresar a las aulas tras una hora de intensa conversación en la que desvela algunas claves de esta nueva entrega: «La verdad es que no sé qué hacer, quería terminar con la temática dedicada a la crisis que se inicia con Blue Christmas y que siguió con El verano que murió Chavela. En ellas reflejo la crisis económica y social que se solapa con esa crisis que sufre el personaje con la muerte del abuelo Colacho. Ricardo Blanco va creciendo, envejeciendo, madura, y tiene tanta vida ya, que el tipo se maneja solo, y yo creo que se con El detective nostálgico se cierra este círculo».

«Todas las novelas responden a una pregunta»

Correa ha dicho en varias ocasiones que cuando empieza un libro nunca sabe quién o quiénes son los asesinos, empieza a escribir y él mismo lo va descubriendo junto al lector. «Fíjate que no sabía hasta mitad de libro si Ricardo iba a morir», asegura con cara de pícaro tras sus gafas y mientras toma café: «Todas las novelas responden a una pregunta y a mí me tiene preocupado el tema de las desapariciones de personas, Sara, Yeremi, los dos viejitos de Guanarteme. Ahora, en esa décima novela que estoy escribiendo, ni siquiera sé si va a haber asesinato, es decir puede que no haya cadáver. Pero ese es el siguiente libro. Y con respecto a El detective nostálgico, la pregunta es, y no desvelo nada, ¿seré capaz de matarlo? La primera escena empieza así: le pegan tres tiros en el zaguán de su casa. El primer disparo resonó en la pared, el segundo destrozó un buzón y el tercero me reventó un hombro. Esa es la primera frase de la novela».

Nos explica el autor que no es la primera vez que Ricardo Blanco sufre una agresión, recuerda que alguna vez le dieron una cuchillada, «incluso recuerdo que hace años le dieron un tiro en una casa de putas, que le alcanzó una rodilla o algo así. Pero esta vez empiezo con eso y me digo si seré capaz de  matarlo y ahí empieza el gran enigma de la novela».

«Cada vez soy más mirón, bastante galdosiano»

Le pregunto si él, como algunos otros escritores, tiene alguna manía especial respecto a sus personajes, como por ejemplo Alejandro Gándara, que afirma que siempre sabe lo que llevan sus personajes en los bolsillos aunque luego no lo utilice en las novelas. «No, yo no tengo manías, suelo ir con mi libreta a todas partes, eso sí. Y hay algo en lo que me he fijado últimamente y es que soy cada vez más mirón, bastante galdosiano», confiesa, y sonríe, con la misma socarronería que plasma en sus novelas: «Cuando no sales de un entorno de personajes como es el universo de Ricardo Blanco, estás siempre pensando en el mismo. En el fondo creo que responde más a una cuestión pragmática y más prosaica, que literaria o artística. Tengo muchas novelas inéditas, de esas que nadie quiere editar y que me da una tristeza enorme verlas ahí en los archivos. De hecho, a veces veo alguna y la leo y la cambio y de repente sale una novela distinta a la que ya había escrito. Pero lo que te quería decir es que en el fondo yo escribo sobre lo que me da la gana».

«Yo escribo lo que quiero y entre medias pongo un muerto»

La estrategia de Correa, al que Alba publica sus novelas de género negro, es escribir sobre cualquier tema que le interese o preocupe del mundo que lo rodea, del contexto social que nos ha tocado vivir: «Yo escribo lo que quiero y entre medias pongo un muerto. Fíjate que en mi última novela, Mientras seamos jóvenes, yo quería hablar de la violencia de género. Llega un momento que lo de menos es el muerto o la investigación. Toco temas tan absurdos como poner la guerra de Bosnia y Serbia en Canarias. Ahora, en El detective nostálgico, quiero hablar de un Ricardo que está llegando a la sesentena, que ha envejecido y que se aferra a los personajes de su entorno, a Álvarez y Susana».

Una de las cosas que como lectora me llaman la atención es saber si Correa, de tanto escribir sobre Ricardo Blanco llega a confundirse, a mimetizarse con él y ser como el Pepe Carvalho de Vázquez Montálban. Pero él asegura tajante que no: «No tengo el síndrome de Johnny Weissmüller, que se terminó creyendo que era Tarzán —sonríe—. Tengo muy claro lo que es la literatura y lo que es la vida. La literatura forma y ha formado parte de los momentos más felices de mi vida, y va unida a los momentos más divertidos que he vivido. Pero no vivo de esto, no vivo en el libro. Soy profesor, enseño a los futuros maestros y maestras a enseñar literatura».

«Me aterra cómo la gente depende cada vez más de las redes sociales, y la simplificación del pensamiento»

Mientras hablamos, los estudiantes van y vienen en busca de un ratito de descanso. Entre ruidosas conversaciones, sillas que ruedan y cristales y loza de tasas que chocan desde el otro lado de la barra, se extiende sobre un tema que le inquieta especialmente: «Me preocupa el desconocimiento que tiene el alumnado de la literatura, me llegan de los institutos sin leer, pero incluso me preocupa en los alumnos que tengo de tercero y cuarto. Es una constante en mis novelas, siempre dejo entrever esta preocupación, que me afecta ya no sólo como escritor o como profesor, sino como algo personal, porque soy padre. Me aterra cómo la gente depende cada vez más de las redes sociales. El lenguaje es un elemento indispensable para la comunicación y hay una ley eterna que es la economía,  algo natural, pero no la economía del pensamiento. Asistimos a un efecto que contribuye a un razonamiento simple de la vida. Ello se ve en las respuestas que se hacen con emoticonos o en 140 caracteres. Claro, luego se descalabran si les pides más de dos argumentos. Lo que me preocupa es que se trata de un elemento imparable. La lectura necesita de reflexión, serenidad, reposo. Mientras estás con un libro necesitas centrarte y a veces lo hacen con el móvil pegado y pendientes de ocho grupos de WhatsApp porque parece que no pueden perderse la vida y que la vida pasa por ahí. A veces te dan argumentos que no saben ni de dónde salen, sólo porque se cuelgan en las redes sociales, sin una fuente fiable, sin rigor. Lo retuitean, lo critican, sin tener ni idea de dónde surge la noticia o si es cierta o no, a veces incluso auténticas burradas».

«Mi familia me viene llamando Pepe Leches desde hace cuarenta años porque soy un hombre afortunado»

Cambia de tema. Vuelve a su universo de escritor y me cuenta lo afortunado que es en su vida personal: «Soy un hombre moderadamente feliz. Mi familia me viene llamando Pepe Leches desde hace cuarenta años porque soy un hombre afortunado. Trabajo donde me gusta, tengo una familia, unos amigos, un hijo cojonudo… Más que hablar de felicidad, yo reconozco que puedo hablar de fortuna. A mí me enseñaron el cuento de que los escritores y los poetas deberíamos ser tipos melancólicos y yo me lo creí. Cuando era joven, yo quería morir de tuberculosis en París, pero luego pensé que debería ser muy doloroso y cambié. Soy una persona inconformista y tengo rachas de felicidad plena, pero parece que cuando las cosas me van muy bien me asusta, parece que sea miedo a ser demasiado feliz. Quizás esto debería hacérmelo ver». Ríe divertido ante la idea.

«Cuando era joven, quería morir de tuberculosis en París, pero luego pensé que debería ser muy doloroso y cambié»

Le pregunto si existe Colacho, el verdadero abuelo Colacho que muere en una de sus últimas novelas después de ser un personaje imprescindible, y que de paso a esa melancolía perenne que parece traspasar a Ricardo Blanco. Y dice tajante que Colacho existe, que «responde a todos nuestros viejos, mi abuelo, mi padre. A esas personas que tenían una inteligencia natural que sin tener estudios te daban lecciones constantes». Y quienes le leemos verificamos que Colacho sigue existiendo porque, aunque en la ficción haya muerto, Blanco lo sigue recordando, apelando a la memoria de las cosas que le diría y de cómo debería actuar.

El único español que publica actualmente en Alba Editorial

Seguimos hablando de sus novelas, de cómo es el único autor español que publica Alba Editorial en la actualidad: « Me enteré de casualidad, en una conversación en Barcelona. Me invitaron a la Semana Negra de allá y hablando de unas cosas y otras, de la independencia de la comunidad, y me dijeron que no solo no editaban escritores catalanes, sino que el único español era yo, que solo sacan muertos como decimos, es decir a clásicos y extranjeros. Así que tengo fortuna con mi editorial, unas chicas a las que además adoro». Insiste en que una del as cosas que diferencia a esta editorial es que cuando saca una obra siempre reedita las anteriores: «Sacan toda la artillería pesada, aunque venda seis, ocho o diez ejemplares de las anteriores. Fíjate que al final de año, cuando recibo la liquidación, me llega dinero de hasta de Quince días de noviembre, primera entrega de Ricardo Blanco. Y para mí esto es muy importante. Vete a buscar una novela tres años después de haberla escrito, no la encuentras. Yo no soy de los que esperan que la gente te reconozca y ponga tu nombre a una calle. Con que las novelas no desaparezcan ya me parece un logro, y eso hace Alba, saca toda la ristra, lo que siempre da posibilidades para que cualquiera que no conozca a Ricardo Blanco se acerque y poder ganar así nuevos lectores«.

«Yo no vivo de la literatura y tampoco quiero hacerlo»

La conversación divaga hacia la relación y el ego de los autores. Correa es uno de los escritores canarios que más libros vende, es traducido a varios idiomas y sin embargo no es un hombre que se prodigue en muchos saraos literarios. «Cuando me invitan, voy». Recuerda su paso por la Semana Negra de Gijón, Semana Negra de Barcelona, de Tenerife Noir… «Voy a todos aquellos encuentros a los que me piden que acuda, pero como te he dicho, yo no vivo de la literatura y tampoco quiero hacerlo. Si lo hiciera no podría escribir cuándo y sobre lo que quiero. Yo vivo de mi profesión. Soy un tipo corriente, y no voy a decir que no tengo ego, porque todos lo tenemos. Aunque si te fijas, cada vez que oigas a un escritor hablar, lo primero que te dirá es que es un gran lector, que devora libros. Lo segundo es que escribe lo que le gustaría leer en esos libros. Por tanto, si te das cuenta, te está diciendo que es el mejor escritor del mundo. Yo tengo mi ego, y lo saco sobre todo cuando estoy de promoción, como ahora que sacaré esta novena novela. Mientras presente El detective nostálgico me verás más presente en las redes y por ahí. Pero después llega el verano y me encierro de nuevo. Sigo escribiendo y con mis clases. Yo no soy de los que escribe dos o tres libros al año, ni siquiera son gruesos, no pasan de trescientas páginas. Jamás podría escribir un best seller. Pero defiendo a quienes lo hacen, sin ellos las grandes editoriales no ganarían mucho dinero y no podrían editarnos a los demás. Rulfo decía que él escribía con un lápiz con goma en el culo y lo más importante era la goma, yo soy igual. No tengo mucho afán de notoriedad. Ni tengo iempo de estar en las redes sociales, y creo que quienes lo hacen están más expuestos. Yo no me considero exitoso, pero puedo presumir de que no creo que nadie esté esperando ver mi nombre en las esquelas».

«Con lo que no puedo es con el destroyer, el pesimista»

Con respecto a la relación entre autores, Correa asegura que tiene grandes amigos en el mundo literario, amigos con los que además puede contar de forma personal: «Podemos salir a tomar unas copas e incluso contarles mis emociones, mi vida sentimental. A veces los medios de comunicación se inventan rivalidades o problemas donde no los hay, como quienes han dicho que Alexis Ravelo y yo nos llevamos mal. No es cierto, como te digo tengo grades amigos a los que tengo mucho cariño. Ahora bien, yo con lo que no puedo es con el destroyer, el pesimista. ¿Recuerdas a Leoncio y Tristón? Estoy harto del quejica, del que no deja de quejarse. Incluso hay algún despotricador por ahí que se dedica a incendiar las redes sociales y luego es incapaz de poner un fragmento de su obra, de sus novelas, enseñarnos las cosas que hace. Con esas personas sí que me llevo fatal. Pero como te digo yo soy un hombre afortunado y dentro de la literatura tengo grandes amigos, gente a la que tengo verdadero cariño».

Hablando de amistades en el mundo literario hablamos de su viaje a Guadalajara (México) para participar en la Feria Internacional del Libro (FIL), considerada una de las más importantes del mundo. El autor, al que le brillan los ojos al recordar, cuenta que todo fueron experiencias positivas. En aquel periplo mexicano lo acompañaron Santiago Gil, Guadalupe Martín Santana, Pablo Martín Carbajal y Rafael-José Díaz: «Dimos charlas por varias universidades, tanto en México DF, como en Puebla y luego la FIL en sí, una experiencia inolvidable. Tuvimos un seminario sobre Millares Carló, que allí es Dios. Pero como pasa siempre, hay personas que te lo echan en cara, a mí me llamó uno que me decía que por qué no se había contado con él. Yo le respondí, hombre, si tienes tres mil euros euros y quince días libres, puedes ir. Mucha gente pensó que nos pagaba el Gobierno de Canarias, y fue una apuesta que cubrimos de nuestro propio bolsillo. Fue una propuesta de Juancho Armas Marcelo para participar en la carpa de escritores canarios, y nadie nos subvencionó nada. Yo tuve que pedir permiso en la facultad, sin sueldo, buscar sustituto, además del coste del viaje. Hay gente que habla por hablar y aun así y con todo fue una experiencia increíble, nos hospedamos en el hotel con todos los famosos y, de repente, estabas desayunando y decías, coño ese es Ken Follett, o Arturo Pérez Reverte, Poniatowska y luego… es como la alfombra roja pero en literatura. Fue entrañable, estas cosas son las que llenan, uno no se va a llevar dinero o poder… esto es lo que se lleva».

Tal vez una primicia

Antes de finalizar, hablamos de poesía, de esas otras novelas inéditas, de obras menos conocidas, del día a día. De cómo se despide de sus personajes al finalizar una novela y me insiste: «Yo no tengo problemas en despedirme, nosotros somos escritores a tiempo parcial. Pero me suele pasar que cuando estoy terminando una historia ya tengo el argumento para la siguiente. Como no descanso de los personajes, no tengo mucho problemas».

Repasamos la situación de la literatura actual y de la eclosión de escritores canarios. «Mira, yo soy de los que piensa que en la cantidad está la calidad. Al final quedaremos, o quedarán, los que valgan. Es como lo que pasa en Estados Unidos, hay quince millones de americanos jugando en las calles al baloncesto, ¿cómo no van a salir de ahí tres mil jugadores estupendos? Pienso que, cuanto más haya, más posibilidades de que salga gente buena, eso es algo que no me preocupa».

«Yo soy de los que piensa que en la cantidad está la calidad»

Le pido que me cuente algo más sobre El detective nostálgico antes de regresar al aula, y me revela que es una reflexión sobre la madurez, el paso del tiempo… «Al final de la novela, cuando estaba acabándola, un amigo me invitó a su casa en Acusa Seca y es allí donde decidí que se resolviera todo». Correa habla del incomparable marco de la Zona Arqueológica, que cuenta con enclaves sepulcrales, cuevas pintadas, cuevas-granero, cuevas de habitación, en el panorama de la Cuenca de Tejeda… «Mi amigo es músico y tiene una cueva con una especia de auditorio natural con una sonoridad impactante, y estoy pensando si hacer a presentación allí en Artenara, porque fue un descubrimiento, estuve un fin de semana y lo pasamos muy bien, aquello fue energético”.

La despedida casi no se hace esperar, irrumpen los alumnos con el cambio de clases y debe apurarse para cumplir con su responsabilidad. Me deja con la miel en la boca y la promesa de quedar una noche para irnos de copas y así poder seguir hablando de todas esas cosas que tenemos en común: la literatura y la vida.


José Luis Correa es profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Tras una breve etapa como autor de relatos cortos, en la que obtiene algunos premios como el Julio Cortázar (La Laguna, 1998) o el Campus (Las Palmas de Gran Canaria, 1999), se instala definitivamente en la novela con títulos como Me mataron tan mal (Premio Benito Pérez Armas, 2000) y Échale un ojo a Carla (Premio Vargas Llosa, 2002). Con la novela Quince días de noviembre (2003) irrumpe en el género negro e inicia la serie que tiene como protagonista al detective Ricardo Blanco, que continuará con Muerte en abril (2004), Muerte de un violinista (2006), Un rastro de sirena (2009), Nuestra Señora de la Luna (2012), Blue Christmas (2013), El verano que murió Chavela (2014) y Mientras seamos jóvenes (2015), todas ellas publicadas en Alba. La obra de Correa ha traspasado fronteras y ha sido traducida al alemán, italiano y finlandés. (Web).

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