Carlos Ortega Vilas

Tres más siete son diez. Si a cualquiera de los muchos aprendices o figurantes de escritor que proliferan hoy día se les dijese que su primera obra iba a tardar diez años en ser publicada, ¿cuántos resistirían? ¿Cuántos tardarían en cambiar la literatura, no sé, por el surf o la cocina? La historia de Carlos Ortega Vilas como autor es la historia del diez. Tres años para elaborar su primera novela y siete años más para publicarla. Ahora, tras ese periplo de dificultades, fe y resistencia, el autor y su obra, Carlos y El santo al cielo, se han convertido en una de las revelaciones del panorama narrativo nacional y del género de novela negra. Puede ser empeño o certeza, vocación o cabezonería, O puede que sea eso, ese imaginar sin prisa, ese bregar sin descanso, ese naufragar constante que te hace inmune al desaliento lo que distingue al buen soldado, quiero decir escritor, de cualquier tipo de aprendiz o figurante de lo que sea.

⇒ Y de repente, la imprenta. Tu obra ha sido aceptada. Te la vamos a publicar. ¿Qué sentiste en ese momento?

En ese momento, alegría contenida y un poco escéptica. Cuando los editores de Dos Bigotes (Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo) me comunicaron que querían publicar la novela, me planté en Madrid para conocerles y asegurarme de que era verdad. Ya me había llevado algún chasco con otras editoriales que en principio mostraron interés, pero con las que no llegué a ningún acuerdo, así que no quería hacerme demasiadas ilusiones. Desde que firmamos el contrato de edición en julio de 2015 hasta que la novela salió de imprenta, en noviembre de 2016, permanecí en vilo, sin acabar de creérmelo, ni siquiera cuando la estábamos revisando. En el momento que la tuve en mis manos, sí, sentí alivio, como si hubiera ganado una batalla. Y mucha gratitud, también, hacia las personas que creyeron en mí cuando yo dudaba de todo y hacia mis editores, que hicieron un trabajo excepcional. La portada de Raúl Lázaro fue ya la guinda del pastel… Después de tantos años, todo encajaba. Es una sensación que no puedo explicar.

«Supongo que la única forma de contrarrestar el desaliento es ser honesto»

⇒ ¿Cómo se soslaya el desaliento?

No creo que pueda soslayarse. Se sobrelleva, qué remedio. Supongo que la única forma de contrarrestar el desaliento —hasta cierto punto, al menos— es ser honesto. Honesto con lo que tienes que contar y con tu manera de entender este oficio. La escritura es una necesidad, al fin y al cabo. El desaliento suele ser producto de factores externos, hay que sobrellevarlo del mismo modo que soportas al vecino ruidoso del segundo, que tampoco lo has elegido tú. Lo importante, creo, es mantenerte fiel a tu propia visión. Que el ruido de fuera no te ensordezca. Mantener un nivel alto de exigencia contigo mismo y tener muy claros tus principios, tus metas. En mi caso, nunca quise publicar por publicar. Lo que buscaba era una editorial que creyera en esta novela, que se arriesgase conmigo sin importarle que no me conociera nadie, que compartiera mi visión. Todo eso lo encontré en Dos Bigotes. Por una vez, el desaliento mereció la pena.

El santo al cielo no para de recibir bendiciones, ovaciones, salmos y odas… lo máximo a lo que se pueda aspirar en esta liturgia de la palabra escrita. ¿Tú, Santísima Trinidad de la autoría, también estimas que es la hostia?

Que esté teniendo tan buena acogida es la hostia, sí. No me lo esperaba y estoy inmensamente agradecido a todas las personas que han leído la novela, que la han reseñado o la han estimado merecedora de alguna nominación, como ocurrió primero en el Congreso de Novela y Cine Negro de Salamanca, donde El santo al cielo optaba al premio Pata Negra, y ahora en Valencia Negra, donde está nominada a mejor novela negra del año escrita en español. Supongo que también haces un guiño en tu pregunta al título de la novela y a uno de los rasgos que caracterizan a Aldo, el inspector de Homicidios ateo que siente pasión por la vida de los santos. ¿Qué puedo decir? Pensé que era una contradicción interesante —contradicción aparente, no obstante— desde la que construir el personaje. Lo hice con el máximo respeto, eso sí. El martirologio le sirve de excusa a este inspector algo atípico para ilustrar algún aspecto de la investigación o guiarle en sus elucubraciones, y a mí, como autor, para ir conectando sucesos, casualidades y sueños que actúan como presagios. El título, por otro lado, alude tanto a la muerte de un inocente como a un lapsus en una investigación anterior que ha quedado sin resolver. Y hasta ahí puedo desvelar…

«Lo negro en mi caso es una forma de mirar, y esa mirada salpica todo lo que escribo, no puedo evitarlo»

⇒ ¿Novela negra, novela gris, novela social… novela-novela?

Quiero pensar que ante todo es una novela-novela. Negra, sí. Lo negro en mi caso es una forma de mirar, y esa mirada salpica todo lo que escribo, no puedo evitarlo. No creo que sea novela social, pero hay un componente social importante, sin duda, porque de lo contrario tampoco sería negra. El drama que envuelve a los personajes es producto de la sociedad en la que viven, una sociedad corrupta, hipócrita, profundamente machista. Cargada de prejuicios que a veces se trasmiten de forma tan sutil, tan aceptada, que solo quien los sufre puede comprender su alcance. Me preocupaba mostrar eso, en particular. De todos modos, siempre tengo dudas con los géneros. Si me preguntas qué es para mí esta novela, te diría que es una historia de personajes, sin más. Cada suceso, cada giro argumental, cada elemento de la trama está ahí para dar sentido a sus vidas, para ayudarles a materializarse dentro de la ficción, no para cumplir con unos requisitos de género o para transmitir un mensaje moral o político.

⇒ No desveles el nombre del asesino, ni de la víctima. Desvélanos cuál es el nombre, el personaje que justifica la obra.

El personaje que justifica la obra, en mi opinión, es el personaje ausente: Daniel, un adolescente desaparecido años antes de que se inicie la historia. Toda la trama gira alrededor de este joven al que vemos una sola vez en el relato, pero cuyo drama hemos ido conociendo de manera sesgada a través de las declaraciones y pensamientos de otros personajes. De todos modos, El santo al cielo no es una novela enigma. Sabemos quién es el asesino desde las primeras páginas, en ese sentido no hay ningún misterio. El misterio no me interesa. Me interesa el suspense. Y eso tiene que ver con la manera de contar algo, más que con el tema en sí. De todos modos, procuré que todos los personajes, incluso los secundarios, tuvieran un peso específico dentro del relato. Creo que es una novela bastante coral, aunque a alguno de los protagonistas lo hice moverse en una zona de mayor penumbra que a otros.

«El reto es alcanzar ese punto sin retorno y construir la mejor ficción que uno pueda escribir»

⇒ Quinientas sesenta páginas. ¿No es eso ir a contracorriente en estos tiempos en que todo se acorta? ¿Piensas repetir kilometraje o la extensión de El santo al cielo fue solo un reto?

Como te decía cuando hablábamos del desaliento, mi intención era contar la historia que quería contar sin importarme el ruido exterior. Nunca pensé en un reto —es más, estaba horrorizado cuando vi que me acercaba a las cuatrocientas páginas y la historia seguía—, sino en lo que necesitaba contar. Recuerdo que Paul Bowles solía citar una frase de Kafka para ilustrar algo que le ocurrió a él cuando escribía El cielo protector, y es la siguiente: «A partir de un cierto punto, ya no hay posibilidad alguna de retorno. Ese es el punto que es preciso alcanzar». Algo así me sucedió a mí. Para cerrar la trama, tenía que llegar a ese punto sin retorno y dejar que el desenlace fluyera con el tempo adecuado, sin precipitarlo, a pesar del número de páginas que había consumido. De todos modos, cuando hablamos de extensión no tenemos en cuenta el formato. Yo elegí contar por medio de diálogos. Sabía que era arriesgado, porque las líneas de diálogo directo ocupan mucho espacio, aunque sean muy breves —y son breves, como breves son los capítulos—. Podría haber contado la historia de otra forma, podría haber utilizado un narrador en primera persona que fuera testigo de los hechos, y habría ahorrado muchísimas páginas. Pero eso no era lo que yo quería escribir. De manera que no fue ningún reto, solo la manera que encontré de ser consecuente con mi forma de contar. El reto es alcanzar ese punto sin retorno y construir la mejor ficción que uno pueda escribir. Si para mantenerme fiel a mi propio criterio tengo que ir a contracorriente, lo haré las veces que haga falta.

«No creo que la escritura entienda de fronteras»

⇒ Y Canarias, ¿cuánto hay de impulso y cuánto hay de lastre para un escritor en este archipiélago?

No creo que ser de un lugar determinado te lastre, a no ser que creas que existe ese lastre. Veo inconvenientes de tipo, digamos, logístico: no puedes acceder con la misma facilidad a ciertos actos, organizar presentaciones en la Península resulta más complicado, más costoso, inviertes más tiempo, dinero y energía que otros autores, etc. Por lo demás, no creo que la escritura entienda de fronteras. No debería, al menos.

⇒ Háblanos de proyectos. Un libro de relatos, creo. ¿Algo más?

Sí, estoy terminando de perfilar un nuevo libro de relatos —en 2015 publiqué el primero, Tuve que hacerlo y otros relatos, con Baile del Sol—. También estoy trabajando desde hace ya bastante tiempo en mi siguiente novela. Espero que este verano pueda ir concluyendo ambos proyectos y pasar al siguiente: se me acumulan las historias…

⇒ Y tu santo, ¿hacia qué cielo se encamina? ¿Hacia qué cielos, metas o horizontes se dirige tu mirada?

Ese cielo permanece en la incógnita. Mi meta es tener la quietud necesaria para concluir los dos libros que me tienen ocupado ahora mismo, no pido más. El horizonte al que me gusta mirar es vago e inmenso: no me hago ilusiones y lo espero todo.


Carlos Ortega Vilas (Las Palmas de Gran Canaria, 1972) es escritor, profesor de español —labor que ha desempeñado tanto en España como en Grecia—, corrector profesional y de estilo. Fue responsable entre los años 2007 y 2014 de los cursos de escritura de relato en Letra Hispánica (Salamanca). Desde 2015 coordina los talleres de escritura creativa Fuentetaja en Las Palmas de Gran Canaria. Es autor del libro Tuve que hacerlo y otros relatos (Baile del Sol, 2015). Sus relatos han aparecido en diversas antologías, como Diario del Padre Tadeus Rintelen / Resaca negra (Ediciones Hontanar, 2013), A los cuarenta y otros relatos en crisis (Ediciones Beta, 2011) o La lista negra: nuevos culpables del policial español (Salto de Página, 2009), entre otras. El santo al cielo (Editorial Dos Bigotes, 2016) es su primera novela (Blog).

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