Nicolás Melini
Nicolás Melini (Foto: Lisbeth Salas).

Escritor, cineasta y editor, el palmero Nicolás Melini ofrece en su última entrega hasta la fecha, Africanos en Madrid (Reino de Cordelia, 2017), un retrato de la comunidad migrante. A caballo entre la realidad y la ficción imprescindible para que el relato —los seis relatos y el pequeño ensayo-conferencia que conforman el libro— evadan la crónica y se entreguen al ejercicio literario, el autor nos invita a navegar por las vivencias, inquietudes, costumbres, sentimientos, creencias, convicciones, retos y obstáculos de aquellos que, movidos por el deseo de mejorar, se enfrentan a una sociedad extraña que prefiere mantenerse ajena a su, cada vez más ineludible, presencia. No es la de Melini una mirada ajena, exterior: su doble condición de isleño y familiar de migrantes le permiten pincelar desde dentro los trazos de unos retratos cálidos y vivos, incluso domésticos, que sitúan al lector en el corazón mismo de esta colectividad. Aprovechamos la reciente publicación de Historias de Arcadia y otros cuentos (Ediciones La Palma, 2017), de Dolores Campos-Herrero (edición a su cargo), y la presentación de Africanos en Madrid el próximo jueves, 14 de diciembre, en el Museo de Arte Contemporáneo de Santa Cruz de La Palma, para cambiar impresiones con el autor sobre el libro y sus circunstancias.

'Africanos en Madrid', de Nicolás Melini

⇒ En el ámbito literario, siempre te has en movido en el plano de la ficción, ya sea narrativa o poética. Sin embargo, este libro es casi una sucesión de instantáneas, textos a caballo entre el relato y la crónica, incluso con cierta carga documental. Instantáneas familiares, sociales, grupales, costumbristas… ¿Por qué este libro y por qué este formato?

Lo que me importa es transmitir algo parecido a la verdad: una sensación de verdad. A veces mis cuentos parecen ser ficción pero no lo son en absoluto. Otras, parecen tener algo de cierto, de anécdota vivida por el autor (o de hecho que se ha producido en la realidad y el escritor recoge), allí donde no hay más que ficción. Este libro contiene piezas que combinan distintas proporciones de realidad, ficción y experiencias personales. El lector nunca puede estar del todo seguro de a qué categoría pertenece cada cosa. Lo documental de este libro está más próximo al documental de creación que al reportaje. Cuando asistimos a la proyección de un documental de creación siempre nos encontramos con un dispositivo narrativo, con un cierto grado de ficción. El reportaje, sin embargo, es informativo, didáctico. No es ese el objeto de este libro, sino la literatura. La transmisión literaria de una realidad y, por lo tanto, una transmisión que se produce de un modo que puede esclarecernos esa realidad de manera más elocuente que si lo intentáramos en términos de entretenimiento o informativamente. Es como me parece que hace Cervantes con el Madrid de La gitanilla o Ignacio Aldecoa con el Madrid de los años cuarenta del siglo XX.

Al leer Africanos en Madrid, el lector se imbuye de todo un universo paralelo que, a pesar de transcurrir en su mismo espacio y tiempo, apenas conoce. Además, está escrito bajo la perspectiva no de un observador externo, sino de alguien que participa de ese universo. ¿Tiene la obra un carácter divulgador? ¿Cuánto de selfie literario, de relación de instantes más o menos domésticos hay en ella?

«Los buenos narradores penetran la realidad y nos descubren algo que está fuera de ese tiempo y de ese espacio, es decir, algo que es universal»

No se trata de divulgar, la literatura que me gusta consiste en esto, en contar el mundo y las personas. En Desgracia, Coetzee nos habla de la vida en Sudáfrica; Raymond Carver, en sus cuentos, de la vida en Norteamérica; como Cheever y Steinbeck o Flannery O’Connor. Los buenos narradores penetran la realidad y nos descubren algo que está fuera de ese tiempo y de ese espacio, es decir, algo que es universal y vale para ese instante pero también para muchos otros. Nos muestran lo que no vemos. En cuanto a la posibilidad de que haya algo de selfie en este libro, el selfie es algo muy reciente en nuestra cultura, aunque, también, el último paso que hemos dado tras otras muchas expresiones humanas, el autorretrato pictórico, el autorretrato fotográfico… Si acaso, creo que el libro tendría algo de autorretrato, aunque es interesante que pudiera ser que en nuestra literatura se esté dando un paso en dirección hacia el selfie. Es posible que el diario, el libro de memorias, la autoficción, hayan mudado —desde una concepción más clásica de la presencia de los autores en sus libros, aquello que el autor naturalmente quiere que se sepa y transmita de sí mismo por medio de su obra— hacia una concepción más acorde con la sociedad en la que vivimos. De tal modo que, quizás estemos transmitiendo el Narciso que somos mucho más que antes; o sobre todo estemos transmitiendo ese Narciso. Y es posible que estemos presentes, ya no solo en calidad de autores, sino en calidad de vanidosos que buscan en la escritura un selfie algo más complejo que el tomado con el móvil. Leo mucha literatura que no evita del todo reflejar la vanidad de los autores. No toda me parece absolutamente deplorable. En algunas, la vanidad y el narcisismo del autor son conscientes y un ingrediente necesario para comprender la identidad de autor y personajes. Si eso es así en mi libro, no lo repudio. El libro, en cualquier caso, es un libro familiar. No puede sino hablar de mí.

⇒ Tú también eres de algún modo africano y vives en Madrid. ¿Es un libro de un africano sobre africanos? ¿Crees que la mirada y el tono serían distintos si hubiese sido escrito por alguien nacido, por ejemplo, en el propio Madrid?

«Somos, todavía, africanos a nuestro pesar (o nuestro pesar es que somos africanos)»

Las identidades suelen ser algo muy complejo (salvo cuando se instrumentalizan políticamente: entonces se convierten en algo muy concreto, que se reduce a la mínima expresión; pero eso es otra historia). Para mí, el continente africano no empezó a formar parte de mi identidad hasta hace una década, que me hice familiar de africanos. De niño y de joven, África era un continente muy lejano. Otros territorios tenían, para la inmensa mayoría de la gente que me rodeaba en Canarias, y para mí mismo, un mejor puesto dentro de la jerarquía de territorios políticos que nos erigían y con los que nos identificábamos. Hoy, nuestra relación con el continente africano sigue siendo una relación inmadura, plagada de tópicos y cursilerías que nos alejan mucho de la posibilidad de que el continente se incorpore definitivamente a nuestra identidad. No puede pertenecer a nuestra identidad algo que desconocemos casi totalmente. Somos, todavía, africanos a nuestro pesar (o nuestro pesar es que somos africanos). En mi caso, mi identidad está hecha de una infancia en un archipiélago que, aunque se encontrara tan cerca de África, sin embargo, era en España y en EEUU en donde se miraba (tanto con admiración como con aversión, dependiendo de la ideología de cada cual), y, más sentimentalmente, en algunos países hispanoamericanos, como Cuba y Venezuela, con los que nos unían lazos ciertos y visibles, en un conocimiento constante gracias al relato de nuestros emigrantes. Luego se incorporó Europa a ese horizonte identitario. Yo he vivido en Estados Unidos. He tenido pareja francesa en Madrid, y Francia ha sido el país al que más he viajado con mucha diferencia, como, por cierto, la mayoría de los españoles. Siempre he cultivado la amistad con gentes de mi generación que proceden de los lugares más diversos. Mis amigos íntimos han sido mexicanos, venezolanos, franceses, italianos, estadounidenses, cubanos, argentinos, españoles de la mayoría de las comunidades…

«cuando maduramos comprendemos que nuestra identidad se encuentra, sobre todo, allí donde nuestros afectos»

En fin. Esto es algo que cada vez es más normal. Hace veinte años quizás no tanto. Todo ello hace identidad a distintos niveles. Me siento muy identificado con quienes viven conmigo mirando a su país de origen, porque así hago yo, que miro a Canarias todo el tiempo. Mientras que el amigo está constantemente pendiente de México o de Venezuela, yo lo estoy de Canarias. Solo cuando se incorporaron los subsaharianos a mi vida, se incorporó África a mi identidad. Ahora sí me siento, también, africano. Pero no exactamente por canario, sino por familiar de senegaleses y gambianos. He vivido años teniendo noticias a diario de personas que viven en estos países. Por otra parte, voy incorporando algún conocimiento sobre la historia de Canarias, en la que hay tanta negritud, aunque oculta, silenciada, obliterada. Es todo eso que le negamos a nuestra identidad, antes y ahora por el sojuzgamiento y por aporofobia —por miedo a ser más pobres, a ser tratados igual que los negros de África—. Esa parte de mi identidad, la historia de la negritud en Canarias, solo he podido aprenderla; ya de adulto. Estuvo siempre ahí, pero no lo he sabido hasta que he empezado a encontrar los signos del pasado silenciado. Y es interesante observar que hay hilos ocultos que nos hacen mucho más africanos de lo que habíamos creído. Que hay palabras en nuestro idioma que provienen de lenguas africanas y se nos pegaron al habla debido a la participación activa de las élites canarias en el comercio triangular de esclavos durante siglos, o debido a los esclavos que quedaron esclavizados por esa misma élite en el territorio canario, en los distintos cultivos de las Islas. Creo, sin embargo, que cuando maduramos comprendemos que nuestra identidad se encuentra, sobre todo, allí donde nuestros afectos. Y una identidad completa es una identidad compleja, que no cesa de incorporar aspectos. Si una identidad se detiene en un aspecto, malo, en cierto modo estás muerto. Puede significar que has perdido la curiosidad o que estás demasiado pagado de ti mismo, que crees haber llegado a quien te gustaba llegar a ser y, una vez ahí, te has detenido y vives anclado —en eso que crees— o como un muerto viviente. Es mejor que la propia identidad se ensanche a lo largo de la vida. Nuestro origen es todo el tiempo, no solo al principio de nosotros o antes de nosotros: cada día podemos incorporar un pedazo de origen a nuestra identidad.

⇒ En el libro se reflejan diversos conflictos sociales: redadas, ablación, controles, CIE… Sin embargo, has dicho en alguna ocasión que no es un libro reivindicativo, porque tú no te consideras reivindicativo. ¿En ningún momento te impulsó plasmar una suerte de denuncia social?

«Creo no ser especialmente reivindicativo, pero eso no significa que no me haya indignado a conciencia»

La denuncia social, siempre que se refleja lo que sucede, está, se produce. Otra cosa es que creamos que la denuncia social es inherente a determinada ideología y que, si no se expresa ideologizada, siguiendo determinado ideario, no es denuncia. Hace poco fui a ver una obra de teatro de denuncia, Masacre, de Alberto San Juan. La obra recorre la historia reciente de las grandes fortunas de España, desde finales del XIX hasta hoy, y pretende denunciar la masacre que ha supuesto la crisis financiera. Sin embargo, al reflejarme e informarme sobre esas pocas familias riquísimas de nuestro país, se produjo en mí —que, a priori, podría estar de acuerdo con la tesis ideológica de la obra— una lectura que posiblemente discrepa de la del autor. Además de atender a los males de la clase que económicamente ha liderado el país, me encontré con la ambivalencia de todo ello: los beneficios y el progreso producido inevitablemente por ese liderazgo; en su propio beneficio, claro, pero, también, en beneficio del común, casi inevitablemente. De pronto, viendo la obra, el título de Masacre no parecía tener mucho sentido, y sin embargo sí creo que la crisis financiera lo fue, absolutamente, una masacre propiciada por unos pocos que parecen estar por encima del bien y del mal, pero no ya en lo alto de España, sino en lo alto del mundo. Creo no ser especialmente reivindicativo, pero eso no significa que no me haya indignado a conciencia. He simpatizado con el 15M y me parece que cuando socialmente te encuentras en una situación desfavorecida y existe una amenaza evidente de que, en cualquier momento, las clases dominantes te pisen y te destruyan, hay que gritar fuerte para que eso no se produzca. Si te pisan, grita. Pero también hay que saber detectar cuándo la presión disminuye y puedes volver a moverte con más o menos libertad, porque si no, te puedes quedar aplastado sin presión, quejumbroso sin daño real, victimizándote en exceso, algo que nos hace daño a nosotros mismos y, además, resulta un trastorno muy molesto para quienes se ponen en marcha. Creo que es más resistente quien se mueve éticamente que quien se detiene y, quieto, moraliza en todas las direcciones.

⇒ ¿Cuáles crees que son los principales retos, los obstáculos más evidentes a los que se enfrentan los inmigrantes en la sociedad española? ¿Cuáles les impone esa sociedad y cuáles acarrean ellos mismos?

«En Madrid y en otros muchos lugares del país, la educación pública se ha convertido en un gueto para inmigrantes»

Me preocupa la educación. En Madrid y en otros muchos lugares del país, la educación pública se ha convertido en un gueto para inmigrantes, mientras la concertada acepta la emigración en unas proporciones que pudieran ser acordes con el porcentaje de emigrantes que hay en el conjunto de la sociedad (entre cien alumnos, una o dos docenas de emigrantes), y la privada aparece completamente blanqueada. No hay más que ver las fotos de los alumnos en las webs y publicidades de los centros educativos. Sobre esto hay datos recientes referidos al conjunto de la sociedad. Es un error gravísimo que están cometiendo nuestros políticos. Permitir que en la educación pública se concentren los hijos de emigrantes. Y esto en una educación pública que, encima, recibe menos apoyo que la concertada. Esa injusticia es un reto. Pero esto es algo silenciado por los medios de comunicación, apenas se encuentra uno más que datos fríos sobre ello. Con este reparto injusto de recursos educativos estamos creando claramente ciudadanos españoles de primera, de segunda y de tercera. Y la pública es la de los ciudadanos de tercera. La foto educativa es una foto racista. Literalmente. Insisto, véase la foto del alumnado de los centros. Nos deja en muy mal lugar, porque en la mayoría de los países de la UE eso no es así.

⇒ La mujer tiene un protagonismo especial en el libro. ¿Qué papel juega la mujer en África y qué papel juega entre los inmigrantes? ¿Observas algún cambio en ese sentido en los roles tradicionales?

No puedo generalizar sobre esto. Es demasiado fácil caer en clichés o estereotipos. Y me temo que ni tres entrevistas serían suficientes para desmontar alguno de nuestros prejuicios bien arraigados. En el libro —sobre personajes— creo que hay matices que pueden mover algo en nuestra forma de entender las cosas.

⇒ Además de escritor o cineasta, eres también editor. ¿Crees que al tejido literario español le hacen falta más obras de estas características? ¿Que quizá la tendencia general es escribir y publicar de espaldas a la realidad que nos rodea?

«cuando un autor transmite algo que es real con acierto, honestidad para con los lectores, compromiso con la literatura, entonces resulta que no tiene el grado de superficialidad necesario para que mole»

La realidad es lo más común en la ficción que se escribe y publica en España. No me parece que se escriba de espaldas a la realidad que nos rodea. Quizás el problema sea, más bien, de superficialidad, una superficialidad que es propia de una sociedad consumista como esta, una sociedad que reproduce masivamente lo cultural y se contenta y autocomplace con lo que es del gusto de los consumidores. Lo incisivo, lo profundo, lo interesante, lo cualitativamente mejor o especial, se encuentra penalizado. No sucede así en todos los países del mundo. España, me parece, tiende a las manifestaciones culturales frívolas mucho más que otros países. Es cosa de nuevos ricos, de pícaros venidos arriba. La realidad es lo que se lleva, pero cool y molona. Superficial. Es terrible, porque cuando un autor transmite algo que es real con acierto, honestidad para con los lectores, compromiso con la literatura, entonces resulta que no tiene el grado de superficialidad necesario para que mole.

⇒ Como responsable de la colección de poesía La Palma, perteneciente a la editorial de mismo nombre, un puesto que te obliga a manejar manuscritos y a estar al tanto de lo que se escribe y publica en este género, ¿qué valoración harías del estado de la poesía actual, y de la poesía que se hace en Canarias en particular?

Siempre encuentro para leer libros que me parecen extraordinarios. Y es emocionante. Y la mejor valoración que alguien que edita libros de poemas puede hacer del estado de la poesía es, precisamente, su propuesta como editor. Decido qué libros publicar por convicción, porque creo en ellos y en sus autores. Por ejemplo, Ismael Belda, de quien publiqué su primer libro de poemas, La Universidad Blanca, obtuvo unas críticas excepcionales y ha sido uno de los libros de poemas que mejor se han vendido en la editorial últimamente (aunque el número de ejemplares vendidos no sea en absoluto una medida de importancia). Fue un lujo publicar El diario de Kaspar Hauser, del italiano Paolo Febbraro, en traducción del canario Bruno Mesa (el crítico Vicente Luis Mora dijo de este que le había vuelto la cabeza del revés). Erothema, del puertorriqueño Francisco José Ramos (Filósofo y Académico de la Lengua en Puerto Rico) es un bellísimo libro de poesía y también un libro de filosofía, tal como el neologismo de su título indica: un libro de poemas sobre la enseñanza del amor. Las célebres órdenes de la noche, de Diego Sánchez Aguilar, no es tampoco un libro cualquiera ni el libro de un autor cualquiera (con su anterior libro, de cuentos, Diego Sánchez Aguilar obtuvo el Premio Setenil al Mejor Libro de Cuentos del Año, y es un autor cuya poesía destaca por su calidad tanto o más que sus cuentos). Canarios he publicado a Alba Sabina (Ya nadie lee a Pentti Saaritsa) y me consta que se la consideró para el Premio Ojo Crítico de ese año, y también se encontraba entre los treinta libros (de un listado que no se hace público) que la Asociación de la Crítica había elegido como precandidatos al Premio Nacional de la Crítica; y seguramente sin la menor posibilidad, pero allí se encontraba, para mi sorpresa. El último ha sido Ernesto Suárez, que me parece una de las mentes más sólidas de las islas, con su libro Arrecia. Al hacerme cargo de la colección, leí a muchos venezolanos y me quedé con varios: Hanni Ossott, a la que no he podido publicar por complicaciones de los familiares con su legado, y Rafael Arráiz Lucca, que luego descubrí que es un intelectual de primera magnitud y es vicepresidente de la Academia Venezolana de la Lengua. También tuve la suerte de poder meter en imprenta un libro que Elsa López había decidido publicar en la colección antes de mi incorporación, Cuaderno del Orate, que creo que es uno de los mejores libros de Cecilia Domínguez Luis, que fue Premio Canarias de Literatura solo unos meses después de la publicación de este libro. Algunos buenos amigos me han señalado autores o libros que luego he decidido publicar, como Ernesto Pérez Zúñiga, que me habló de Eduardo Calvo (El metal y la carne), y Juan Carlos Chirinos y Cilda Cordoliani, que me sugirieron El diario de John Roberton, de la argentina Blanca Strepponi. Otro libro que he tenido la suerte de publicar es Tema del adiós, del italiano Milo de Angelis en traducción de Paul Viejo, y me parece que es un libro que, en términos de belleza literaria, difícilmente encontraría mucha competencia entre los libros de poesía de autores vivos que se publican en España.

⇒ ¿Y qué opinión te merece esa nueva corriente de poesía que se forja en las redes sociales, que cuenta con legiones de seguidores, y que bien a través de la autopublicación o de la apuesta editorial se traduce en éxitos de ventas?

Creo que si, de pronto, desapareciese el mercado del libro, esa corriente desaparecería, pero se seguirían escribiendo y publicando libros de poesía.

⇒ ¿Qué nueva producción tuya veremos antes, una novela, un libro de relatos, un poemario o una película?

En estos días se estrena en la FIL de Guadalajara, en Los Ángeles y en la ciudad de México un monólogo teatral que escribí este verano con el guionista mexicano Fernando León Rodríguez. Dirige e interpreta el actor Rodrigo Murray, conocido por su participación en la película Amores perros. Es una pieza sobre los cincuenta años de la publicación de Cien años de soledad. Un encargo de Libros Vivos. En cuanto a mi trabajo literario, lo más probable es que lo próximo sea un libro de cuentos o una novela.


Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969) reside en Madrid desde 1993 y ha publicado las novelas El futbolista asesino y La sangre, la luz, el violoncelo; los volúmenes de cuentos Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte, Cuaderno de mis mayores y Pulsión del amigo; y los poemarios Cuadros de Hopper, Adonde marchaba y Los chinos. También ha realizado los cortometrajes Mirar es un pecado, Hijo y Bucarest 2005, y ha sido guionista del mediometraje La raya. Sobre cine ha publicado el libro De cine. Como guionista ha obtenido el Premio al Mejor Guion en el Festival de Cine de Alcalá de Henares por La raya. Como director, una Mención Especial del Jurado en el mismo festival por Mirar es un pecado. En la actualidad es editor de la colección La Palma de poesía. Suele colaborar con varios medios digitales y en papel como El Estado Mental, Fronterad, El País, Revista Colofón, Diario de Avisos, Revista ACL (Academia Canaria de Lengua), El rapto de Europa o La Palma Ahora (eldiario.es) con artículos sobre literatura, cine o actualidad política, básicamente. Como guionista de cine, ha trabajado en desarrollo de proyectos, escritura de sinopsis, argumentos, tratamientos y guiones para productores (Pau Calpe, Ana Sánchez Gijón, Miguel Ángel Trujillo, Jordi Gasull), y directores (Benito Zambrano, Andrés Koppel, Eduard Bosch, Cristina Otero, George Sluicer), en productoras como La Mirada, Esicma, Sogecine, Angular, Camelot o Morena.

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