‘Poética y vida’ – Elena Villamandos

 
Título: Poética y vida

Autora: Elena Villamandos

Editorial: Escritura entre las nubes

Género: Poesía

ISBN: 978-84-16385-98-0

Lanzamiento: septiembre de 2017

Precio: 13,95 €

 
La poesía de Elena Villamandos, de modo sucinto, es insistido combate. Después de las batallas, el acomodo, por necesidad, a lo que hay. Por fin, la muerte, sea natural o por medio del suicidio, acabará la lucha, esa lucha entre caídas y renacimientos —la nueva cal de las paredes bajo las uñas—, y que aunque acabe siempre con la vida del oponente humano, no se marchará de la escena: una nueva vida, impetuosa, también siempre llegará al teatro. Lo nuevo y lo viejo, el renacimiento y el fin, el momento y la incertidumbre sobre lo que será el futuro. Chispas del tiempo que nos hace aparecen en este poemario, se detienen en nosotros y siguen girando como su doble, el universo. Y con ese transcurrir, el hacer poesía, con espíritu libre, así lo quiere la poeta en Verso libre, pero sabiendo que no cambiará nada, consciente de su irrelevancia en nuestro mundo.

El amor está presente, y también la muerte. A la muerte real se refiere en Poemas a Pablo, un niño que se marcha más allá de nosotros, con los párpados cerrados, replegados hacia dentro, en excelente imagen, que tiene la virtud de evocar, en la lectora que soy, un cosmos invisible para los vivos, un reducto en lo más profundo y que no logramos imaginar, un misterio a ratos seductor, a ratos inquietante. Una sección conmovedora del poemario en la que se ejerce el don de transfigurar esa muerte, de volverla una aventura del niño astronauta al que esperan ya en su casa cósmica.

Hay quien vuela de este modo, sin drama en el poema, y quien intenta, voluntariamente, ponerse fuera de este mundo. Podemos decir que quiere resarcirse; en cierto modo, vengarse, agraviado por el tiempo y esa espera cansada  del momento de desaparecer. En contraposición, los que quisieran vivir, y luchan por su supervivencia, pues la sociedad quiere borrarlos de nuestras retinas. Aquellos que no son como nosotros mismos, que no siguen las convenciones estipuladas. Los que son y siguen siendo sus apestados. Y si ya dijimos con la propia poeta que la poesía no cambia nada, sí que puede contribuir a poner delante de los ojos aquello que no se quiere ver, rescatar de su ceguera a quien todavía le queda una humanidad que puede ser turbada, sacudida, aunque su postura frente al mundo aparente no cambiar, tantos miedos se esconden en el fondo de la conciencia.

Un cierto desgarro, podríamos titular una buena parte de estos poemas donde el amor es protagonista, causa, en muchas ocasiones, de las ansias suicidas de la amante, a veces con una formulación intensa, original; de las ansias de olvido total de esa amada que permanece inaccesible; de ser otra o aquella que fue antes de la herida; de morir y renacer entre lo amistoso y dulce de la tierra. Es más, en otro poema asistimos a un momento de agudo pesimismo, de desvalorización de lo conseguido en el mundo, esto es, ansias de dejar atrás los pequeños problemas y los logros, y abandonarse a la extinción. En última instancia, ansias de que aparezca un nuevo día, aunque sepa que no traerá más que la repetición del amor y el olvido. Los lectores sabemos que los asuntos terrenales se desarrollan de esta manera, sabemos, en general, del eterno retorno de los instantes de la plenitud y el vacío. Y esa certeza encarnada en un poema, formulada de modo sabio, nos conmueve. Son los poemas dolientes de El cancionero suicida.

«El amor es la única firmeza», dice uno de sus versos. Hay poemas de amor, tranquilos, tocados por la ternura. Pero no hay paz en el corazón de la protagonista, sigue añorando las dulzuras de quien ya no está, mientras espera una amada que todavía no existe, una amada que le pertenezca, cuyo encuentro no esté situado en tierra de nadie.

En la niñez, el pasillo de su casa no es precisamente esa tierra. Al contrario, pareciera ser la tierra de todos, donde se desarrolla el teatro de la existencia. Deambulan por éste presencias fantasmales, la Virgen, las tres Parcas. ¿Por qué salió del vientre de su madre? Esta pregunta supone un repudio al mundo como es, con niños que no se sienten suficientemente protegidos, con esos niños de las pateras cuyo último abrazo es el mar, que termina con sus sufrimientos. El mar y la placenta se confunden en su carácter de alivio. En la placenta está la niña con su madre, una unión en la que nadie puede entrometerse, donde está a salvo de las adversidades procedentes de lo que pronto conocerá como Mundo.

Porque tanto en la vida es dolor, el dolor ineluctable y simple de la vida, el dolor por los muertos, el dolor de la supervivencia exhausta. Se admite la derrota. La muerte, como en el primer poema del libro, es un potro que cabalga veloz, y también, en imagen muy acertada, esa ballena que se vislumbra en el horizonte y que finalmente nos tragará como a Jonás. Sí, pensamos, es una suerte en la plaza en la que el torero morirá de modo inevitable. Como no podemos evitar ese Camino de mortales, con sus tormentos y la dureza del camino, entre el deseo de ser aire y el acatamiento al contrario consejo del padre de no dejar de reír, pues los dones de este mundo nos sostienen.

Termina el poemario con el conjunto denominado Zen. Es otra forma de existir, en un espacio mental donde nada duele. Es «la búsqueda del refugio», como escribe la poeta Rosa María Ramos Chinea a propósito de estos poemas, «que silencie el bombardeo violento de la memoria y el crepitar imparable del cotidiano y a veces superfluo diario quehacer». Sí, asentimos, donde todo se va alejando hacia la nada y el silencio, de blanca garganta, en imagen de la poeta. Nos quedamos vacíos del mundo, ese que violenta o más suavemente para los afortunados, nos aborda desde que nacemos. Porque, como  decía Rilke, nunca nacemos como la flor a la naturaleza, ante nosotros siempre hay mundo. Es decir, el espacio previo a las clasificaciones, a las convenciones, no nos pertenece. Enseguida caen sobre nosotros esas redes que la sociedad ha fabricado, y con la que pretende atraparnos, para bien o para mal, según las circunstancias. Creo ver en los poemas de Elena Villamandos, en general, con una voz poética sobresaliente, esa lástima por los aconteceres dentro de esa red, lástima por nuestra condición, por nuestra irrelevancia, por nuestra ceguera, como edipos en un mundo cuyo sentido nos aparece velado.

En las palabras de Villamandos, toda esa condición del humano la percibimos como nunca dicha, y ahí está el quid del logro de la experiencia estética. Unas palabras que nos hacen sentir y pensar y que revalida el poder de la poesía, si no para cambiar el mundo, sí para creer que la poesía, como en este caso, nos renace humanos.

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