Título: Lazos de humo
Autor: Ernesto Rodríguez Abad
Editorial: Diego Pun
Género: Novela
ISBN: 978-84-948779-6-4
Lanzamiento: noviembre de 2018
Precio: 9,10 €
Chesterton afirmaba que la diferencia entre el cuento y la novela tenía que ver con la desnudez del lenguaje, y que los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que existen los dragones, sino porque nos cuentan que pueden ser vencidos.
«Ismael cerró el libro» son las cuatro palabras con las que comienza Lazos de humo, un arranque al estilo de Melville cuando nos introduce en el universo de Moby-Dick con el «Llamadme Ismael». Ernesto Rodríguez Abad nos invita a la lectura como una necesidad; construye un santuario de palabras en homenaje a la figura del lector como un modelo de ciudadanía que se humaniza a través del acto de la lectura. Lazos de humo invita a ser leída en voz alta, a ser compartida como hace Ismael en la fábrica de tabaco, es un libro puente entre la realidad y la ficción que incita a una lectura herética que desenmascare una realidad anegada de hipocresía. Hay mucha verdad en Lazos de humo.
«En un acto de justicia rompe con los prejuicios y hospeda a todas las voces en un zaguán donde cada una de ellas se expresa sin el temor a ser censurada»
Como buen lector de Cervantes pero con una experiencia inédita; logra equilibrar el peso de la oralidad y de la literatura de manera que la trama y los cuentos que la habitan conviven como jóvenes amantes. En un acto de justicia rompe con los prejuicios y hospeda a todas las voces en un zaguán donde cada una de ellas se expresa sin el temor a ser censurada por los canones o modas de cada época. Lazos de humo resulta la reconciliación que no supo ver el faraón al que cita Platón entre la oralidad y el grafo y se tornan en el presente, en pedagogía que irrumpe en defensa del pensamiento crítico frente al imperio de lo video-esférico; banal e indiferente.
Y lo hace como si fuese escrita por el mar, al ritmo de las olas que bañan la isla bonita, seduciendo con la melodía del traqueteo que conduce al personaje de Thomas Mann a La montaña mágica, transformando el espacio y el tiempo en un lienzo que desacelera el mundo y nos permite contemplar y sobretodo, comprender —ese verbo que intuye fundamental Ortega y Gasset para ponerse en el lugar del otro— en que momento decidimos que era más importante llegar a un lugar que disfrutar del viaje.
La artesanía de los fabricantes de puros se torna en el Maguffin con el cual Lazos de humo nos sumerge en un lugar que podría ser durante unos segundos el centro del mundo. Al modo de Benito Pérez Galdos narra la canariedad no excluyente, sitúa en la cartografía de la literatura estos pedazos de volcán como posadas donde conversan todas las culturas y cada una de ellas regala palabras que se siembran germinando una identidad que rezuma universalidad.
En ese paraíso y con el aroma a tabaco introduce el escritor oscuridad; nada es perfecto. Ni maquillaje ni Photoshop, nada engaña al escritor, el mundo se construye sobre mentiras y el arte insiste en señalarlas. Los personajes que se interpretan a sí mismos en Lazos de Humo no son casuales, han aceptado participar en la novela porque sueñan con la libertad y están en claro desacuerdo con los términos que acordó su destino. Palabras prohibidas y libros condenados inflaman pasiones capaces de prender bajo la lluvia, que dotan a los personajes que las leen de una manera de mirar el mundo que nos recuerda al niño que señala al emperador desnudo en el cuento de Andersen.
«Un compromiso escrito a fuego lento; cocinado con ingredientes de la huerta; cada palabra resulta exquisita, no sobra ni la coma de Gadamer»
Existe un compromiso no moralizante en Lazos de humo que ofrece no un punto de vista, sino una isla desde donde mirar el mundo que habitamos; dudas e interrogantes que invitan a preguntarnos para qué estamos aquí, cuánto de lo que nos rodea es necesario y si éste es el mundo que soñamos. Un compromiso escrito a fuego lento; cocinado con ingredientes de la huerta; cada palabra resulta exquisita, no sobra ni la coma de Gadamer, se intuye todo lo que se ha quedado fuera del libro para que volviendo a Chesterton, la novela parezca un cuento donde no hay centímetro para lo superfluo.
Lazos de humo nos muestra el retrato de Dorian Gray de esta civilización predatoria y consumista sin mayor remedio que la lectura como ritual para la humanización de nuestra voracidad. Tras el arte de la lectura se encuentra la idea de que pensamos palabras; que solo podemos construir con lo que recordamos, que no podremos crear sin pasado y que leyendo descubrimos la alteridad, aprendemos a vivir juntos.
El mayor vínculo convivencial es la amistad; tal vez la base sustancial de todo contrato social fundado en el compromiso, el respeto, la responsabilidad, la lealtad y el amor. Amistad cuyo ritual, según Sganarelle, proemiando el Don Juan de Molière, es el tabaco, la pasión de las gentes honradas que en estos tiempos de censura silenciosa, metafóricamente, se torna en un gesto de generosidad entre extraños que se invitan al intercambio de palabras; que se regalan como lazos de humo segundos de escucha y segundos de narración, momentos entre caladas que tejen los cordones de plata que hilan el tapiz de la memoria.
Lazos de humo es una novela narrada sin miedo al que dirán. Es un hogar donde los personajes son como sueñan. Es un cayuco de palabras que buscan otro mundo posible. Es un manifiesto al placer desnudo. Es tiempo robado al dinero. Es una isla que contiene el mundo entero. Es una calada tras el amor.