Título: Evanescencia
Autor: Manuel M. Almeida
Editorial: Mercurio
Género: Novela
ISBN: 978-84-947560-8-5
Lanzamiento: noviembre de 2017
Precio: 10 €
En los límites
¿Qué pasaría si, de pronto, todo empezara a disgregarse?
Tal vez fue esta la pregunta que se formuló a sí mismo Manuel M. Almeida, preocupado por una sociedad que parece estar en los límites de todo, incluso de su propia desaparición, y de ahí surge Evanescencia, una novela publicada por Mercurio Editorial, y que es toda una reflexión o una serie de reflexiones sobre hasta qué punto el ser humano, es decir, todos nosotros, estamos contribuyendo a nuestra propia destrucción.
Pero Evanescencia es también un acertado recorrido por nuestras luces y nuestras sombras, por todo lo que hay de oscuridad y de luz en la existencia humana.
Dos personajes, Nerd e Ideasfirmes, cuyos verdaderos nombres solo conoceremos al final de la novela, junto a una hipotética Eva que no es precisamente prototipo de la bíblica (o tal vez sí) van a ser protagonistas y testigos de la disgregación de ese mundo que ellos y todos hemos construido, olvidándonos, tal vez, del otro, en un afán, no ya de supervivencia, sino de dominación y poder.
Y, en cuestión de segundos, todo se vuelve en contra nuestra y empieza a desvanecerse.
Y así pasamos del todo, en ese capítulo veintidós en el que comienza el libro, a la más absoluta ausencia del capítulo cero —no podía ser otro el que terminara el libro—.
La época histórica es la actual. Lo sabemos desde que empezamos la novela, no solo por los adelantos tecnológicos de que disfruta esa, pronto, distópica sociedad, sino por las recurrencias a Google, Wikipedia y, más concretamente porque se nos habla del actual Papa Francisco.
Pienso que el situar el relato en este tiempo en el que vivimos, es un ingrediente más para producirnos inquietantes expectativas.
Empieza esta novela, como dije, en el capítulo veintidós, con la desaparición o volatilización de los objetos que consideramos inútiles y duermen en el cuarto de los trastos. Le siguen, en los siguientes capítulos, las joyas, el dinero, las armas…y empieza el caos. Se suceden los suicidios, los asesinatos. Se empieza a buscar una explicación lógica, científica, e, inevitablemente, surge Dios. Pero ¿de qué Dios estamos hablando? ¿De aquel que, según se dice, creó el mundo en seis días? ¿De Alá, de Yavhé?
Tal vez habría que inventar un nuevo Dios en el que refugiarse del caos y, como siempre ocurre, aparecen visionarios, sectas apocalípticas, nuevos dioses, nuevos brujos. Todo vale, incluso la propia muerte, para unos, liberadora del espanto. Un terror que se acrecienta con la desaparición de la electricidad, de los aparatos tecnológicos, de las herramientas.
Vamos hacia atrás, todos los saben. La protagonista, Ideasfirmes, intenta buscar inútilmente una explicación científica a todo el desastre. Nerd se da cuenta de que, pronto, a las cosas le seguirá el olvido de las palabras que las nombraban. Él se resiste y quiere conservarlas en su memoria, y las repite, como si con ello pudiera conjurar el desastre.
Tanto el protagonista como su compañera —un amor que había acabado por tristes circunstancias— saben que las desapariciones van a continuar, a pesar de los momentos de tregua que les hace concebir esperanza a algunos —menos a Eva, que decide marcharse junto a otros hacia las montañas—, y el lector se da cuenta de que estas continuas desapariciones van a sacar lo mejor y lo peor del género humano.
Así, aparece la supervivencia como justificación de un estado totalitario, rechazando cualquier intento de concordia o solidaridad, considerándolas como una utopía, ante un mundo que se desmorona. Y el hombre se convierte en fiera, en alimaña; retrocede a sus más primitivos instintos.
Ya no vale la fe en un ser superior a los que algunos siguen encomendando sus vidas, porque ni siquiera esto puede salvarlos de la Evanescencia.
Y, en medio de este caos, Nerd, que pronto será Aday, se da cuenta de la razón de esta vuelta a la nada, y se lo confiesa a su compañera, Ideasfirmes, que pronto será Celia. Y así le dice:
«Todo desaparece porque todo es mentira, nuestra civilización es una gran mentira, la mentira de una mente amnésica».
Amnesia: he aquí la clave. Y así nos damos cuenta o confirmamos algo que, no por sabido parece que intentemos corregir: el olvido. Porque la falta de memoria de nuestro pasado nos hace cometer una y otra vez los mismos errores. Unos errores que contribuyen a nuestra propia Evanescencia.
El libro concluye con un capítulo cero que no voy a revelar y, al terminar, me doy cuenta de que toda la historia es una terrible pero necesaria revisión de nuestras creencias y descreencias, de nuestras relaciones con el otro y los otros, sobre la duda de si el avance tecnológico ha supuesto, verdaderamente, un enriquecimiento o no de nuestras vidas, o si todo ello ha despertado nuestro lado oscuro. Preguntas que acaso no tengan respuesta, o tal vez sí.
Lo que sí está claro es que Manuel M. Almeida ha movido muy bien sus resortes y sus recursos literarios para mantenernos expectantes, con un lenguaje narrativo directo y reflexivo, igual que sus diálogos. Un lenguaje donde tiene cabida la filosofía, la ironía —la mayoría de las veces, amarga—, lo poético, lo descarnado. En definitiva: Lo humano.
Título: Cuentos mínimos
Autor: Manuel M. Almeida
Editorial: Mercurio
Género: Colección de microrrelatos
ISBN: 978-84-947782-1-6
Lanzamiento: noviembre de 2017
Precio: 6 €
Cuentos para las horas punta
(Una lectura de ‘Cuentos mínimos’, de Manuel M. Almeida, editado a la par que ‘Evanescencia’)
Si hay algo que me parece difícil de escribir es el microrrelato, de ahí que siempre me asombre leer cuentos como los que nos ofrece Manuel M. Almeida en su libro Cuentos mínimos, cuidadosamente editado por Mercurio editorial, en un formato apropiado para llevarlo en el bolsillo y sacarlo y abrirlo por cualquier página, al azar, y leer y sonreír o pensar, o las dos cosas a la vez.
Porque, después de haber leído su novela Evanescencia, una novela dura y reflexiva, acaso pesimista, que nos plantea un enfrentamiento, a cara descubierta, con la realidad, no demasiado halagüeña que nosotros mismos hemos construido, leer estos cuentos es como entrar en un mundo diferente. O tal vez, no tanto.
Porque aquí también aparece la realidad, nuestra realidad, aunque con un tono distinto, en el que la ironía nos hace sonreír, donde la fantasía nos lleva a ensueños más amables, donde la poesía de algunos de sus textos nos acoge, aunque a veces aparezca la tristeza.
Pero no nos engañemos. No estamos ante un simple divertimento. La soledad, la traición, el amor y el odio, las frustraciones y los deseos pueblan cada uno de estos relatos, en los que no se descartan las fábulas como La serpiente y el búho, donde los animales, una vez más, nos dan una lección de prudencia y sabiduría, o en guiños a fábulas conocidas como el relato ¡Que viene el bobo!, una crítica a la incredulidad, tantas veces perjudicial, del hombre. Reconocimientos a escritores como Kafka y una vuelta de tuerca a su metamorfosis: «Hasta que un día se despertó falto de paranoia. Y eso lo salvó».
Homenajes a Gabriel García Márquez, o a Rulfo; relatos llenos de fantasía como La reina de los zapatos o Una de dos, donde el mundo de el más allá nos trae enseguida el recuerdo de Pedro Páramo. Y cómo no, a Tom Wolfe y sus hogueras de las vanidades, convertidas aquí en la Hoguera de las soledades, una crítica corta y contundente a las redes sociales.
Cuentos donde la soledad y la poesía se unen en Cada noche lo mismo, donde la protagonista se despertaba cada noche al oír un llanto infantil. Cuento que acaba con: «Cada noche lo mismo. Nada. Volvía a la cama, se enroscaba bajo la manta, cerraba los ojos. Y volvía a transformarse en niña».
Relatos donde se juega con las palabras, se les da la vuelta, se las convierte en definidoras de una manera de ser y estar en el mundo, como ocurre en Un cuento corto…, que es también un guiño a Pablo Neruda y su Canción desesperada.
Relatos en los que no faltan reflexiones sobre la existencia —casi todos lo son— y sobre la escritura, desde un punto de vista crítico e irónico; en los que la poesía aparece, a pesar de que esta «humanidad contaminada es incapaz de escuchar», como afirma el supuesto alienado de Pabellon B. Celda 13, un duro relato sobre la incomunicación.
Donde el amor, en sus múltiples facetas, en las que no se excluye el egotismo, el amor imposible o imaginario, ese «Comprender que la ciudad / es un circuito sin fin / de corazones quebrados».
Si estoy hablando de relatos y no de cuentos, es porque, en este libro, los dos se dan la mano: el cuento, con sus tres partes: presentación, nudo y desenlace; el relato, con la inclusión de las reflexiones, los fragmentos poéticos, o la intertextualidad que los caracteriza.
Cuarenta y nueve cuentos o relatos que van completando, a manera de puzle, ese mosaico lleno de colores y matices que para su autor representa la humanidad.
Un mundo multicolor, donde las sombras son tan necesarias como la luz, donde la risa y el llanto se conjugan para humanizarnos, donde, en definitiva, el acto de escribir es, muchas veces, lo que nos salva.