El 18 de octubre de 1894, y después de veinticinco años de ausencia, Benito Pérez Galdós desembarcó en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria tras un viaje desde Santander con escalas en Madrid, Cádiz y Tánger.
Fue su último pero fructífero encuentro con la tierra que le vio nacer, pues entabló contacto con un carpintero de ribera, visitó el Museo Canario y también Teror, un aspecto «inédito» aportado este jueves en el XI Congreso Internacional Galdosiano por el doctor Manuel Herrera, de la Academia Española de Médicos Escritores. El viaje estaba motivado, al menos en parte, por la necesidad de resolver determinados asuntos relacionados con propiedades familiares.
Según la reconstrucción que hace Herrera, Galdós fue recogido en el muelle en carruaje por su hermano Ignacio para dirigirse a la casa de recreo familiar en Santa Catalina. Un día más tarde, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acordaría colocar una placa en su hogar natal (la actual Casa Museo Pérez Galdós en la calle Cano).
Herrera expuso que, durante su estancia en la isla, el autor se levantaba cada día muy temprano para escribir y tomar después un tranvía que le conducía hasta el mercado pay pasear por la calle de la carnicería, como en sus días de estudiante. Otros días prefería perderse por los senderos de Monte Lentiscal.
En una de sus andanzas entabló contacto y cierta amistad con el carpintero de ribera Manuel Miranda. En una visita a la ermita de San Telmo le había manifestado al presidente de la Confraternidad de Mareantes «su capricho desde la niñez de ser dueño de un galeón que estaba en los tirantes de la capilla y del que eran exvotos los navegantes».
«Cuando Galdós tuvo aquel viejo barquichuelo», comentó Herrera, «encargó a Miranda que lo restaurara y que se lo enviara para instalarlo en su despacho de San Quintín», su casa frente a la bahía de Santander.
La ponencia recordó cómo, a comienzos de noviembre, «Galdós fue invitado a conocer el Museo Canario, fundado por el doctor Gregorio Chil, y en el libro de honor escribió solamente ¡Qué hermoso es el Museo Canario!. Don Gregorio no lo olvidó jamás».
Finalmente, el escritor se embarcó «en la mañana del día 9 de noviembre en el vapor Hespérides con destino a Cádiz, a donde llegó el lunes, día 12, por la mañana. A los amigos del Ateneo les manifestó, el mismo día de la llegada, que tenía planeado marchar en el tren correo directamente a Madrid para los ensayos en el Teatro de la Comedia de Los condenados».