Lucía Rosa González es dramaturga, poeta y escritora de literatura infantil. Palmera, estudió en La Laguna, iniciando su andadura literaria como autora de textos teatrales. Ha obtenidos importantes premios, como el Pedro García Cabrera de poesía en 1994. Ha participado en el proyecto Leer Canarias, realizando actividades de Animación a la Lectura en numerosos centros de enseñanza de las Islas Canarias. Asegura que «la fuerza del viento, las cabras atrapadas en el risco, los golpes violentos del mar contra los acantilados de El Mudo» le agrietan el sueño: «En este estado forzoso de vigilia entendí el carácter provocador de las palabras para procesar la realidad que la imaginación interpreta. Vivir bajo las faldas de la Cumbre Vieja me ha permitido poblar de arquitectura los sueños, menos mal que soñar no es malo; he intentado borrar los monstruos que de chica me asaltaban (y aún me perturban) por las veredas de los barrancos; o al revés, crear imágenes inquietantes o no tras aquellas ventanas cerradas con barrotes por las que inevitablemente pasaba al ir a la escuela; es decir, disfrazar el miedo», afirma.
Tres claves de tu último trabajo
El paisaje receloso, su dimensión mágica y el miedo de que algo va a suceder caracterizan mi último libro, Páginas trasladadas. En él, lidias con los búhos, te adentras en las cuevas, notas el temperamento brusco que emerge de los acantilados y de los cactus; naturaleza que perfora la piel de la memoria, que te clava los sueños, la imaginación indócil. Y la duda, la duda que salpica aquello que se mira y no nos ve.
¿Qué autor o autora te inspira?
Más bien momentos con autores. Por poner un ejemplo, Veinte años, en la voz de Silvia Pérez Cruz, me pone la piel de gallina. Un valor añadido: la tarareaba mi padre. Del mismo modo, me interesan tanto la sutileza poética de Yorgos Seferis como el desamparo de los personajes de Juan Rulfo o los excesos narrativos de Thomas Mann en La montaña mágica: cuando hace años la leí, atrasaba durante infinitas noches las páginas para que el final se eternizara. Y por si los echan en falta, añadiría a Shakespeare, Bolaño, Virginia Woolf, Paul Celan, Gamoneda.
Un poema, una novela, un cuento
— Un poema: por apreciar lo nuestro, descubrí estos días en el libro Aprisa cantan los gallos, de Rafael Arozarena, señales de una belleza desdichada que deambula por el poema X («No sabemos por qué nos plantaron en el huerto…»); la perfección dolorosa de los tres versos finales. Sentí una punzada, un íntimo sobresalto tras su lectura.
— Una novela: los diálogos descarnados de William Faulkner en El ruido y la furia; las vidas oxidadas y malditas que insinúa y que te aplastan en ¡Absalom, Absalom!
— Un cuento: Las ruinas circulares, de Jorge Luis Borges, reúne gran parte de la intuición que se requiere para crear: «en el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó»; el asombro de la brutal inventiva, o la satisfacción que alcanza el soñador en la ardua tarea de soñar el pelo, por ejemplo.
Una obra de teatro, un guion cinematográfico
— Una obra de teatro: Esperando a Godot, de Samuel Beckett, por enigmática ¡y disparatada! Las dificultades de la convivencia de Vladimir y Estragón que esperan sin hacer nada, una espera metafórica; por el hecho de no salir de dudas, dan las pistas para las certezas, y por la manera en que las situaciones humanas excepcionalmente atroces, como en el caso del amo Pozzo y su siervo Lucky, se convierten por costumbre en habituales. Nada difiere de nuestra realidad. La vi hace años en televisión y me impresionó. Quise verla en Madrid, unos años más tarde, y llegué al teatro a tiempo del final. Me queda su lectura.
— Un guion: 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Mungiu, no añadiría ni eliminaría un ápice a esta película sobrecogedora.
Proyectos
Que vivir se imponga con todos su matices, con ojos y boca e incertidumbre tal vez, y, si se tercia, escribir que no me desagrada.
¿Qué personaje de DRAGARIA serías?
Al final todos somos la misma cosa, así que un cactus no estaría mal. Más por el aguante de sus hojas ante el caos cuando te clava que por el malestar que induce. Que también. En la jerarquía de las plantas, es la que en mayor grado se mantiene serena ante la adversidad. Nada que se hable sobre sus hojas tiene que ver con la apariencia. Se requiere mucha pericia para lidiar con ella. Pero es auténtica. No sé; quizá es que se desea aquello de lo que se carece. Una noche mientras corría desbocada, caí sobre un cactus salvaje, ¡Dios!, de haber sido alma, hubiera eludido los pinchazos. Así que alma: el alma de la escoria, de los bichos, de los ambientes sórdidos, por la vinculación que existe entre estos sustratos con el inframundo que es algo que está en todas partes y de lo que solo percibimos el latido: el alma de los cactus en versión clandestina.
Lucía Rosa González (Los Llanos de Aridane, La Palma, 1954) estudió Magisterio en La Laguna y, más tarde, Filología Hispánica. En 1991, la obra Mujeres dominantes, hombres obedientes obtiene el primer premio de teatro Santa Cruz de La Palma y Tres mujeres y una historia es Mención Especial en 1992, en el mismo certamen. En poesía ha publicado los libros Casta de rosas ausentes (CajaCanarias, 1995, premio de poesía Pedro García Cabrera en 1994), De dónde el vuelo (Ediciones La Palma, 1998), Sueños de qué mundo (Ediciones La Palma, 2003, finalista del Premio Internacional de Poesía de Santa Cruz de La Palma en 2000) y Páginas trasladadas (Idea, 2011). En teatro, Otro son, otra danza (Centro de la Cultura Popular Canaria, 2001), que incluye la obra Auténticos bohemios y el libro de teatro infantil Adónde van las brujas (Interseven, 2008), En narrativa, los libros infantiles Donde el volcán nace (2005 y 2008), La niña de pimienta seca (2007 y 2010) y Javier es una estrella (2007 y 2008) Ha dirigido la revista literaria Pequeños Poetas y los grupos de teatro El Roque y Ana María Samblás.