Bajo el epígrafe Aquel mar de esta orilla como hilo conductor, Antonio Puente (Las Palmas de Gran Canaria, 1961) realizará este viernes, 17 de noviembre (19.30 horas), en el Palacete Rodríguez Quegles una lectura transversal de sus cinco libros de poemas publicados hasta la fecha.
Ensayista y poeta, periodista cultural y crítico literario, en poesía es autor de Contrazul (1994) —finalista del premio internacional Ciudad de Las Palmas—, Agua por señas (Idea, 2007), Sofá de arena (2008) —premio de poesía Pedro García Cabrera—, La fiesta innombrable (Baile del Sol, varios autores, 2009) y Ojos de garza (Mercurio, 2015) —una colección de haikús (como «Tienen los negros / más noche en sus ojos / que por el cuerpo»; o «De ninguna ola, / a donde el mar no llegue, / llega una gota»), en el que el poeta hará especial incidencia—.
«Hilvanando ciertas temáticas recurrentes, como la insularidad, el erotismo y la reflexión sobre la naturaleza de la poesía, que considero sinónimos», explica Puente, «haré incursiones por los diversos libros, que abarcan casi un cuarto de siglo de escritura. El cintillo Aquel mar de esta orilla alude a ciertas duplicidades y escisiones tratadas en mi poesía, en la que el mar, un fluido siempre ambivalente, representa la ausencia («aquel mar») y la presencia («esta orilla»). El lema alude también al propio paso del tiempo, entre aquel pasado y este presente. O a la confluencia entre simbolismo y realismo, y conocimiento y experiencia, mar y orilla, respectivamente».
Propósitos poéticos
Como esboza en un texto sobre su propia poética, Puente concible la poesía «como un espacio de resistencia. De resistencia fragmentaria, por ejemplo, frente a un mundo globalizado. Y, sobre todo, de resistencia analógica en un mundo digitalizado. Muchos creen que el problema es cómo adaptar la poesía a la era digital, cómo introducirla en el código del ordenador. El problema es al revés: cómo meter el ordenador en la poesía; cómo nombrar la era digital desde la tradición poética. En cierto modo, los poetas escriben para sus antecesores. Es necesariamente mirada retrospectiva. Por eso, lejos de la consigna beligerante de Celaya, «la poesía es un arma cargada de futuro», se trata hoy de preservar la retaguardia: la poesía es un alma cargada de pasado».
Para el escritor, «sólo en el ámbito de la poesía, una imagen vale igual que una palabra. Por eso es el único espacio posible de resistencia analógica. Esa es su grandeza: ser analogía en estado puro, al punto de que no puede ser definida más que analógicamente, con y desde el propio discurso poético. Sus acotaciones más precisas son, paradójicamente, las más abiertas a la propia sustancia de la poesía, aquellas que sobreponen una formidable fusión entre contenido y continente. Así ocurre, por ejemplo, cuando Novalis advierte que es la flor azul con la que, justamente, se aspira a azular todos los contrarios. O cuando Paul Valèry proclama que se trata de regar «un fantasma de flor». O cuando Lezama Lima asevera que la poesía es «un caracol nocturno en un rectángulo de agua».
«Me sale, sin proponérmelo», prosigue Puente, «un espacio ajardinado, propicio para celebrar el convite de la siniestra alianza que hace Lacan: La poesía es «la boda taciturna entre la vida vacía y el objeto inexplicable…». Se trata de una experiencia necesariamente erótica, pues se escribe con todo el cuerpo, y precisa del concurso de una figuración femenina: «La diosa ambarina», como la llama Westphalen; «La adivina», según Gonzalo Rojas; o «La libre por esclava de la incógnita», que señala Francisco Pino. A la postre, tan extraños los contrayentes-copulantes como una pareja de onitorrincos, darán en procrear esta sabia definición que da Carlos Edmundo de Ory sobre lo que sea escribir poesía: «Poner un huevo negro en el nido del no-decir».
Pirámide invertida
Para abundar en la hilvanación poética de su obra, Puente la define «como un embudo que se iniciara por la boca y se alargara por el cuello, o a la manera de una pirámide invertida. Creo que hay una continuidad evolutiva entre los libros, bajo un recurrente mar de fondo, que iría de lo simbólico a lo material. Así, en Contrazul, de una factura más barroca que los dos poemarios subsiguientes, se simbolizaba el tumulto de las ilusiones juveniles, y las tintas se cargaban entonces más allá de la bahía, a mar abierto. (Alguien definió el poemario, atinadamente, como una inmersión en «un mar de tinta china»). En Sofá de arena se habla desde la orilla playera como centro de gravitación de la vida del insular y lugar de celebración erótica, mientras que Agua por señas, un poemario más ecléctico y urbano, se miran las Islas desde el exterior. En resumidas cuentas, Contrazul constituía el mar abierto; Sofá de arena, la orilla presencial, y Agua por señas, el mar que se evoca: todo un cuaderno de bitácora de las zozobras y las ausencias que representa la edad adulta. Finalmente, en las colecciones de haikus de La fiesta innombrable y Ojos de garza se depuran y estilizan todas esas perspectivas contrapuestas.
Antonio Puente se dedica habitualmente al periodismo cultural en suplementos de los periódicos canarios La Provincia y La Opinión de Tenerife y es crítico literario, principalmente de poesía, del suplemento de libros del diario La Razón, del que es crítico de poesía. Ha publicado diversos ensayos, como Poesía y posmodernidad, Crítica de la razón comunicativa o Poética de la escisión: Domingo Rivero en su «oficina del mar». En la actualidad, es director de Comunicación de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, en Las Palmas.