‘El juego de los peces’- Juvenal Machín

 

 

Título: El juego de los peces

Autor: Juvenal Machín

Editorial: Ediciones La Palma

Género: Poesía

ISBN: 978-84-947641-0-3

Lanzamiento: octubre de 2017

Precio: 12 €

 

Decía Hölderlin que «la poesía es un juego peligroso», pues en ese juego va la vida como prenda. Es más, el poeta es capaz de anular las fronteras entre la vida y la poesía, en contra de lo establecido por la sociedad circundante. Vean, por ejemplo, el caso de Alejandra Pizarnik que asumía lo que vengo diciendo como una de sus grandes premisas y a la postre la poesía devoró su vida, aun sabiendo el riesgo.

Mucho me temo que Juvenal Machín no va a caer en esta trampa. No al menos en el laberinto que nos anunciaba el poeta romántico alemán. El juego que propone nuestro poeta es otro muy diferente, muy alejado del yo romántico y muy cercano a ese espíritu lúdico de las vanguardias. Espíritu lúdico, pero eficaz. Aunque sí hay riesgo, por supuesto. Sus versos emprenden una aventura tal como decía el poeta norteamericano Robert Duncan. El poeta aquí no es alguien señalado por la gracia o la desgracia, su intención no es asumir las reglas de su propia creación, sino que intenta (y lo consigue) proponer sutilmente una serie de retos al lector, que borran tantas fronteras con la vida como lectores haya. De esta manera el o los juegos que nuestro poeta nos propone marcan no solo la atención, sino, además, el ritmo del poemario.

Precisamente el juego más a la vista —gráficamente reflejado— es el de «piedra, papel, tijera»; pero empezando a la inversa, como si alguien estuviera indicando desde el fondo —se me ocurre— de un barranco las señas del mismo: piedra (mano cerrada), papel (mano abierta), tijera (signo de la V, manostijeras) hacia el borde. ¿Quién gana, quién acierta? ¿Los de arriba, los de abajo? Existe una supuesta maquinación, como la rayuela de Julio Cortázar. Pero ésta más propia de la patria común del poeta y el prologuista. Más cercana, más cómplice. Y hay mucho más, aparte de este inocente juego infantil, incluso más desde el punto de vista la inmanencia del mundo físico y tecnológico que le rodea. Es importante nombrar las tres partes que articulan el poemario:  La tijera y la piel, El papel y la tinta y La piedra y el corazón. La tinta de la escritura entre la piel y el corazón. Hábil juego de correspondencias que se abre a más posibilidades combinatorias y, a su vez, añade muchísima vitalidad expresiva y de contenido al conjunto. Parecieran nubes, redes o hipervínculos digitales. FYI: solicitud de comentarios, en lenguaje internáutico. Pero no solo eso, también predomina la música rock y el jazz —en lo que se refiere al léxico y a letras de canciones— y, a veces, el ritmo se rompe, colisiona y da lugar a nuevas síntesis, en proyección dialéctica. Por supuesto, también aparecen las leyendas urbanas como la del escritor británico Terry Pratchett.

En lo referente al diálogo entre la música y la poesía aprecio en Juvenal Machín una raigambre que procede del poeta también palmero Félix Francisco Casanova. Félix empieza a escribir poesía en unos momentos de aislamiento casi total respecto a las demás culturas occidentales. Pocas personas como él tenían acceso a la música y la poesía que se había escrito en países como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Al mismo tiempo, fue una época de rebeldía absoluta. Y esto se manifiesta  en la poesía de Félix Francisco—y no solo, tenemos el caso de Dulce Díaz Marrero y muchos más poetas y músicos—. El caso fue que Félix supo traspasar esa fraseología musical de Jimmy Hendrix, Jim Morrison, etc. a la sintaxis del verso: una sintaxis que es semántica. Juvenal Machín toma esa herencia e intenta ir más allá; por ejemplo, en estos versos:

«Y no se hablará entonces
de los caballos salvajes,
de la mujer que quiero, de los días y los panes
y las camas, de tus pies en el salpicadero».

Y Félix Francisco Casanova en su poema que considero más emblemático dice:

«soy un río de risa
corriéndome por toda la ribera,
haciendo el amor a la mar,
una felicidad contagiosa,
un revólver de amor, nena,
y voy a disparar justo a tu corazón
¡bang, bang!».

Estas manifestaciones de rebeldía las vemos curiosamente en sendos poemas relativamente largos. Aparte de una expresión que raya la fraseología del rock de los setenta-ochenta, Juvenal Machín, concretamente, utiliza una imaginería surrealista que nos trae a la mente ese gran poema de Emeterio Gutiérrez Albelo, Enigma del invitado. El invitado está en una fiesta y al mismo tiempo observa desde el techo cómo vienen unos perros y lo devoran. Así combina estos momentos de alta tensión expresiva con otros más sintetizados en poemas de pocos versos.

Entre el espíritu juguetón y la conciencia poética que no conoce límites entre la música, la poesía y la anécdota cotidiana y cultural, Juvenal va alzando minuciosamente el nuevo Frankenstein o la versión renovada de un Nuevo Prometeo. Sabe perfectamente ya que toda aventura y riesgo poético se basa en la rebeldía del lenguaje, que subvierte los estereotipos y clichés e incluso hace una revisión de las vanguardias que así lo intentaron con ese afán de darle un nuevo impulso y vitalidad a la palabra poética. De esta manera, El juego de los peces parte —quizás— de un mundo destruido: «Azul atómico ciego de las aves» para así ir entendiendo los motivos del absurdo; es decir, entendiendo lo devastador de ese lenguaje que a base de repetirse hasta la saciedad vacía la visión del mundo de sentido. Entonces es cuando el oficio secreto —el de poeta rebelde, quizás— persigue el tránsito de los peces. Y aquí surge una subversión del símbolo del pez, ya no con la simbología erótica lorquiana; pero aparentemente siguiendo la pauta de imagen irracional. Pero no tanto, si se compara el símbolo con el juego digital concreto: el pez que va devorando todo lo que encuentra a su paso.

No caigan en la trampa de algunas asonancias que rondan en algunos versos, ni siquiera vayan a decir que este poemario está plagado de negativismo. Al contrario. Empiecen, queridos lectores, por el final, por el centro, por el principio. Invéntense un nuevo juego dentro de este libro, fabríquense sus alas de cera para ascender nuevamente, aunque en lo alto nos espere un sol atómico o unas tijeras.

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