‘En La Isleta’ – Manuel Díaz Martínez

 

Título: En La Isleta

Autor:  Manuel Día Martínez

Editorial: Mercurio

Colección: Faro de la Puntilla, vol. 6

Género: Poesía

ISBN: 978-84-947273-6-8

Lanzamiento: julio de 2017

Precio: 8 €

 

Editorial Mercurio viene publicando bajo el epígrafe de Faro de la Puntilla una colección de brevísimos libros de poesía cuyo último lanzamiento tuvo lugar el pasado miércoles 12 de julio en el museo Poeta Domingo Rivero. Se presentaron en aquella ocasión los seis últimos volúmenes publicados, que corresponden a los autores Elvireta Escobio, Manuel Díaz Martínez, Iván Cabrera Cartaya, Aquiles García Brito, Antonio Arroyo Silva y Ángel Sánchez.

Dedico esta reseña a En la Isleta, de Manuel Díaz Martínez, porque lo leí de camino para casa, tranquilamente, después de la presentación. Y esa primera impresión me causó tremenda emoción. No soy buen lector de poesía, me temo, y lo descubro cada dos por tres intentando arañarme los ojos con las ariscas letras de algunos autores que me resultan difíciles de desentrañar, hasta la duda de si estaré perdiendo el sentido de la lectura (esas cosas pasan). Pero hay otros que te hacen recuperar la confianza en tu capacidad de comprender y en tu capacidad de emocionarte con la lectura. Reconozco, avergonzadamente, no haber frecuentado la poesía de don Manuel. Pero este librito tiene unas dimensiones, apenas unos nueve poemas y un brevísimo ensayo sobre la poesía, que te permite abarcarlo de un vistazo, al menos esta visión suya que muestra en este conjunto de poemas.

Don Manuel trata de La Isleta, más concretamente parece tratar de aquel rinconcillo suyo de Las Canteras desde donde puede apreciar la continua charla del mar con las rocas, cuya entereza ante la furia, admira y claramente percibir el lejano y tan dentro suyo recuerdo de su distante, y tan dentro suyo, Cuba natal. Y aunque se recomienda olvidar como único remedio, uno percibe en estos poemas lo ojos turbios de recuerdos. De recuerdos, pero no de amargura, ni tampoco de derrota, sino todo lo contrario:

«Yo no me canso de vivir. Espero no cansarme jamás de no morirme…»

dice en un poema que, si lo lees distraído, te llenan los ojillos de lágrimas y te dan ganas de emprender alguna aventura grandiosa que te ponga un poquito a la altura. Esa es una buena función de la poesía, me parece a mí, llenarte el pecho de un ansia de vivir, de anhelar vitalidad. Esta conclusión, poco más o menos, podemos obtener del pequeño ensayo final:  Se escribe para la vida. 

La poesía de don Manuel tiene un sonido decimista, pero sin excesiva preocupación en la medida de los versos y sin abuso de la rima, que, a mi juicio está magníficamente espaciada para que el recitado coja resuello cada dos o tres versos con una de esas campanillas (la rima, me refiero), pero que no haya que preocuparse de acentuarla, sino que aparezca de manera natural en la lectura. Así, el poema surge como una expresión natural, que parece que se asienta en cada verso rimado recordando a un verso anterior que parece que refuerza el significado del vocablo. Uno escucha en ellos la voz del autor, acodado en la ventana, o el balcón, con la mirada perdida en el mar. El mar que dibuja con la espuma en la roca todo un tiempo transcurrido del que el autor va tomando nota sin palabras. Las palabras vienen luego de la mano.

Me parecen estos libritos de la colección Faro de la Puntilla una humilde puertita de entrada muy acertada a este extraño mundillo de la poesía que se mueve por estos parajes, que espero que siga creciendo pacientemente con nuevas entregas, que nos muestren a los legos de qué buenas hierbas está poblado este nuestro jardín de casa que, me parece a mí, a fuerza de tener siempre delante, dejamos de observar con la admiración que merece.

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