Título: El Manifiesto Ñ
Autor: Manuel M. Almeida
Editorial: Siete Islas
Género: Novela
ISBN: 978-84-948988-3-9
Lanzamiento: diciembre de 2018
Precio: 15,95 €
Dormir, tal vez soñar
Cuando dormimos, el sueño, realmente, no nos pertenece. En él perdemos ese yo, que puede convertirse en otro, en algo, en una voz o solo en una presencia invisible.
Al despertar, lo hacemos, a veces, con una sonrisa, otras, como el protagonista de El Manifiesto Ñ, sobresaltados por una pesadilla.
Y es que Cándido, personaje principal de la novela de Manuel M. Almeida, publicada por Editorial Siete Islas, no se resigna a que el sueño lo domine, y por eso se fabrica su propio sueño.
Dicho así, parece que nada más común que la ensoñación, ese estado de duermevela, en el que tomamos conciencia de nosotros mismos, pero, en el caso de Cándido, este va más allá. ¿Desvarío, huida hacia adelante, búsqueda quijotesca de un mundo feliz? Tal vez las tres cosas a la vez.
Desde un principio me llamó la atención el nombre del protagonista. Cándido, en su modalidad de adjetivo, significa «sin doblez, inocente», lo que me llevó a imaginar que no fue un nombre elegido al azar por su creador.
Lo que sí es cierto es que El Manifiesto Ñ, al margen del nombre de su protagonista, podría pasar, en un principio, por la historia de un perdedor y, en cierta manera, lo es, pero no únicamente.
Cándido sueña, se sueña a sí mismo como un salvador del mundo, como un Quijote contra unos molinos que no son otros que la sociedad capitalista y de consumo en la que vive, donde cada día es más complicada la relación entre individuo y sociedad.
Este desacuerdo entre el yo y lo que lo rodea hace que el protagonista se plantee la vida a partir de una especie de soñar despierto.
Acostumbrado a una vida familiar (mujer e hijos) y a un trabajo que les permitía vivir con cierta holgura, ve, de pronto que todo se trunca, es despedido por su empresa y se convierte en un parado de larga duración. Sus planes, sus ensoñaciones no sirven para retener a su esposa, que, junto a sus hijos, lo abandona. Y esta nueva pérdida le produce un declive, una nueva desorientación, una ruptura en su manera de concebir la vida, el amor, la supervivencia.
Por eso no se resigna y se inventa una realidad que niega ese abandono, que espera, cada día, en su cada vez más destartalada vivienda, el regreso de Elena, su mujer, y de sus hijos.
En esa misma realidad, Cándido realiza un definitivo y feliz descubrimiento que va a redimirlo de todos sus males, y lo convertirá en un héroe salvador de su país.
Claro que, como todo caballero andante, necesita un escudero. Ya tiene un nombre. Se llamará Juanito, como un antiguo y rebelde compañero de clase que no terminó sus estudios y tras varios intentos fallidos con presuntos Juanitos, se encuentra con, a su parecer, el Juanito indicado, que no es otro que Nemesio, alias el Corto, un personaje de la picaresca, que vive de pequeños robos y que ve las puertas abiertas cuando Cándido, entre la realidad y la fantasía, le da a entender que es un hombre de recursos y con dinero.
Después de varias tentativas, Nemesio se decide y le dice: «¿Pues sabes que estoy a punto de montarme un bisne?»
Y ante el interés por colaborar de Cándido, Nemesio (Juanito) se frota las manos. Como pescador a punto de atrapar un pez gordo.
A partir de ahí se inician unas historias paralelas en las que engañado y engañador nos dan una visión muy crítica de la sociedad, en la que no falta una mirada irónica a las organizaciones políticas o sindicales, donde, muchas veces, sobran las arengas, las palabras, y falta una acción coherente.
Y ya que de palabras hablamos, es en ellas donde el protagonista busca la solución a todos los males, y, en una reunión de la PAD (Plataforma de Acción de Desempleados) a la que asiste con su ya socio Juanito (Nemesio), tiene que reprimirse para no lanzar a los cuatro vientos lo que había descubierto: «¡La eñe, companyeros, la eñe es la que nos tiene subyugados!»
He ahí la clave, la razón porque Cándido habla con la ny en lugar de con la eñe. Era su teoría, su manifiesto, que habría de entregar en el momento preciso.
Nuestro protagonista sigue esperando a Elena (Dulcinea para siempre ausente e inconquistable). Se inventa mil y una excusas y hasta invita a Nemesio a la cena de Nochebuena en su casa. Y es, precisamente, otra mujer, Saro, esposa de Nemesio, la que desconfía, la que, finalmente, se da cuenta del extravío de Cándido y despierta las sospechas en Nemesio, convertido en un singular Sancho Panza que sigue creyendo en su compañero de bisne.
Pero la realidad golpea y lo hace con dureza, y Cándido no tiene más remedio que despertar, a pesar de la presencia de su ángel, ese otro yo que inventa su extravío y que le advierte de lo peligroso de su sueño. Es esa parte racional a la que Cándido, una vez más, renuncia para cumplir con lo que él considera su última misión. Y se encamina a su destino cantando, a la manera de Serrat, «Se hace camino al andar» del poeta sevillano.
El Manifiesto Ñ nos da, a través de la mirada, no solo de su protagonista, sino también la de Nemesio, una visión del mundo que es, de por sí, otro manifiesto.
Con su buen hacer de narrador, Manuel M. Almeida intercala episodios realmente hilarantes con otros provistos de una gran ternura, que nos lleva a sentir cierta compasión por los personajes. Pero, todos ellos, hasta los más disparatados, nos conducen a una reflexión posterior sobre una realidad que se nos presenta cada día y que —por suerte o por desgracia— no podemos ignorar.
Cándido, como los niños o los locos, se fabrica un mundo a su medida, donde el amor, la reconciliación y la felicidad eran posibles.
Tal vez nosotros deberíamos soñar con algo así, pero siempre con los pies en la tierra, no sea que, al despertar pronunciemos esa palabra que Cándido dijo, esta vez, con «una rotunda eñe palatal nasal»: ¡Coño!