Cada 24 de octubre celebramos el Día de la Biblioteca. En esa fecha, hace ya veinticinco años, fue incendiada la Biblioteca de Sarajevo, pasando a la posteridad por la lucha de los/as bibliotecarios/as contra el extremismo y la locura, salvando a los libros de la quema. Celebramos pues, el papel protagonista de las bibliotecas como instituciones vivas al servicio de la sociedad, aunque esta labor debería ser reconocida y puesta en valor los 365 días del año, tanto por las administraciones como por la ciudadanía.
En este primer cuarto de siglo XXI, hemos asistido a una revolución conceptual, que ha elevado a las bibliotecas desde aquel lugar donde se guardan los libros, a auténticos centros de quehacer intelectual, comunitario y cultural. La biblioteca se erige como ese centro volcado hacia lo colectivo, que democratiza el acceso al conocimiento a toda la ciudadanía. Se suele decir (y con mucha razón) que la biblioteca es el espacio de libertad por antonomasia.
Pero vivimos, en general, en una región con poca cultura bibliotecaria. Un poco por devenir histórico, y otro poco por una situación que aún en la actualidad adolece de graves carencias. Sostenemos aún esa vieja imagen de la biblioteca silenciosa, individualista y cuadriculada, en la que cada uno iba a encerrarse en su propia tarea. Nada que ver con lo que está ocurriendo en otros lugares, en donde la biblioteca se ha abierto al entorno, convirtiéndose en un polo de empoderamiento de lo local. De forma paulatina, el silencio está perdiendo protagonismo y aunque todavía hay una fuerte resistencia, asistimos a una eclosión de actividades de la más variada índole que tienen a la biblioteca como epicentro. Evidentemente, la lectura sigue formando parte del ADN de estos equipamientos culturales, pero se trabaja desde la multidisciplinariedad, ya que la cultura se manifiesta de las formas más heterogéneas.
En Canarias llevamos más de veinte años esperando por una legislación que dé cobertura a nuestra actividad. Su inexistencia ha dado paso a todo tipo de abusos, y malos usos. Y no es extraño, porque todo lo que se considera prescindible, es objeto de maltrato. El futuro del sector en Canarias pasa por la aprobación de la Ley de Bibliotecas, una norma que establezca una distribución competencial clara y solidaria que permita articular un sistema coherente, eficaz y moderno. Evidentemente, este texto legislativo tendrá que venir acompañado de la financiación suficiente para emprender una auténtica política bibliotecaria en el archipiélago.
No podemos concluir sin reivindicar la figura del personal bibliotecario, sujeto en muchos casos a condiciones laborales precarias. Los/as trabajadores/as son la sangre que permite que bombee el corazón y que se muevan los músculos de la biblioteca.
Asociación del Personal Bibliotecario de Gran Canaria (Abigranca)
Profesionales de las Bibliotecas de Tenerife (Probit)