Juan Ferrera Gil (Arucas, 1956) es licenciado en Filología Hispánica. Sus primeros relatos se publicaron en ‘El cartel de las letras y las artes’ del desaparecido ‘Diario de Las Palmas’. De 2005 a 2011 colabora con Arucas Digital. A partir de 2011, con infoNorte Digital, donde, además, tiene publicados dos libros digitales: ‘Relatos surrealistas en la Sala de Profesores’ y ‘El alcalde chino y otras narraciones’. También escribe en La Gaceta de Arucas y, ocasionalmente, en BienMeSabe. En distintos tiempos, Radio Arucas: ‘Cerca de las estrellas’, ‘Parque Chino’ y ‘La sorriba’. Y también editor ocasional en ‘Litteraria, Revista de literatura y opinión’.
Pino Ojeda nació un 17 de agosto de 1916. Y, hoy, 102 años después, modestamente, y desde estas páginas de DRAGARIA, desearíamos señalar el extraordinario libro, impecablemente editado por Mercurio Editorial, que Juan Francisco Santana Domínguez ha dedicado a una de las mujeres canarias que han dejado profunda huella en nuestra tierra. Porque Pino Ojeda pisa fuerte y no se va a quedar en el olvido; tan propio de las sociedades pequeñas.
El exhaustivo trabajo, nueva edición de la publicada en 2008, de Juan Francisco Santana Domínguez no es solo un estudio serio y riguroso, que, por supuesto, también, sino un aire fresco que nos devuelve a Pino Ojeda en toda su magnitud. Y con ambos caminamos. La perfecta combinación de las palabras del autor, junto con las de Pino Ojeda, nos acerca a una persona singular, con sus aciertos y sus miedos, y desde esa cercanía Juan Francisco Santana nos la devuelve viva y auténtica. No la idolatra, la muestra desde la humanidad.
El libro, estructurado en diez capítulos, nos presenta a una mujer en su doble faceta de poeta y pintora; y desde ese punto de vista se desgrana toda una vida, donde, además, las distintas fotografías y cuadros constituyen una lectura paralela sobre Pino Ojeda: un libro dentro de un libro. Como cuando los escritores nos presentan una historia dentro de la historia. Pues bien, el trabajo de Juan Francisco Santana ofrece esa doble vertiente que el lector agradece: la historia y la intrahistoria. Parece que con las imágenes las voces de Pino Ojeda y la del autor se agrandan y no nos dejan respirar hasta llegar al final de cada etapa, de cada capítulo. Es lo que tienen los buenos libros; y este lo es. Los tres primeros capítulos hablan de infancia, amistad y amor, y los restantes se centran en su vida artística: literatura, editora y obra plástica. Todo ello con muchísimas voces intervinientes: desde la misma Pino Ojeda hasta contar con las opiniones de amigos y críticos especializados de todo el país. Con lo cual, la visión de Pino Ojeda se ensancha y pasamos a comprender, efectivamente, el valor de su presencia en este mundo.
«la figura de Pino Ojeda se expande ante nosotros entre versos y palabras y sus propios cuadros»
«El sueño y la esperanza fueron fieles acompañantes de Pino Ojeda desde siempre», así comienza el primer capítulo. Y esa frase va tomando cuerpo a medida que la lectura avanza. Una vez atrapado en las primeras palabras, el libro se desbordó en nuestras manos, como poseído por la fuerza de un barranco enloquecido de agua y barro. Sin embargo, podíamos respirar en la profundidad del libro, que no del barranco. Juan Francisco Santana Domínguez domina bien los tiempos y paulatinamente la figura de Pino Ojeda se expande ante nosotros entre versos y palabras y sus propios cuadros. Y sus propias opiniones y las de sus amigos y críticos que se desgranan en todo el libro. Esa capacidad de selección del autor resulta muy significativa. Y creemos que ha conseguido sobradamente su objetivo: el de llegar al mayor número posible de lectores. Y Pino Ojeda se lo merece, porque su presencia se consolida en los tiempos no vividos. Está bien que siga a nuestro lado.
El último capítulo, Y después… la paz, acaso el más emotivo, no solo indica el final, sino que anuncia que la presencia de Pino Ojeda no será nunca ausencia. Y este magnífico libro de Juan Francisco Santana Domínguez es una buena muestra de ello. Claro que la editorial, Mercurio, también ha puesto de su parte. Y mucho.
Así que, improbables lectores (y que me perdone mi admirado Manuel Rodríguez Rivero por robarle sus palabras), no se lo pierdan. En él encontrarán el valor preciso y exacto, y poético, de la mirada inteligente y detenida.