Título: El detective nostálgico
Autor: José Luis Correa
Editorial: Alba
Género: Novela
ISBN: 978-84-9065-304-3
Lanzamiento: Mayo 2017
Precio: 16,35 €
T
odos los lectores que venimos siguiendo a Ricardo Blanco desde su primera aparición en público, allá por 2004 en Quince días de noviembre, hemos sido testigos de la progresiva evolución del protagonista, de sus amores y desamores, de sus alegrías y tristezas —sobre todo con la muerte de Colacho, ese abuelo que, de alguna manera, compartíamos con él—, de su madurez profesional y personal y todos, no me pregunten cómo, temíamos que, más pronto o más tarde, todo lo vivido le pasara factura. Eso es lo que le ocurre en El detective nostálgico, la última entrega de este personaje. En esta novela, Correa juega con ese miedo. Nos presenta a un Ricardo Blanco que se enfrenta no solo a la muerte, en este caso a la propia, sino a la madurez personal. Una madurez que el protagonista percibe, a veces, como un declive; quizá como el final de un camino, en vez de como el inicio de una nueva etapa vital. El título es, en esta ocasión, el perfecto resumen de la novela.
«Pues es lo que hay, Miguelillo. Nos hemos hecho mayores. Los chicos se levantan para cedernos el asiento en la guagua. Las chicas nos miran como al abuelo que hay que acompañar al asilo. Y en las facultades nos llaman para que contemos nuestra experiencia».
Pero no solo hay nostalgia y esa sensación de tristeza que a todos nos da en esa frontera vital en la que se encuentra Ricardo Blanco, una nostalgia tan teñida de poesía que, como la luz de las tardes de otoño, suaviza los perfiles y las aristas de ese sentimiento. Pepe Correa no sería él si no dejara caer aquí y allí unas gotas de su humor, a veces cáustico, siempre inteligente, que arranca una carcajada al lector quiera este o no quiera y que, junto a las referencias musicales y literarias —Ricardo Blanco es un detective que ha pasado con el tiempo de canalla a leído— nos envuelve en ese ambiente de misterio y diversión que es lo que el lector espera, impaciente casi siempre, de las novelas de este autor.
«Ese día aprendí otra cosa del laberinto. El verbo más hermoso del mundo es el verbo compartir. Se ha creado, casi de la nada, una legión de amigos que lo comparten casi todo. Desde un vídeo de Frank Sinatra en Las Vegas cantando ‘Fly me to the moon’ hasta uno en que se muestra paso a paso cómo se hace un potaje de lentejas con chorizo. Desde el poema más profundo de Coleridge hasta la frase más gilipollas de un sobre de azúcar. Alguien empieza pariendo un pensamiento absurdo acabado de levantarse —parece que ahora la gente se conecta a Facebook incluso antes de lavarse la cara y mear— y el pensamiento se propaga como el cólera morbo antes del desayuno».
Y es que Correa utiliza la excusa del género policiaco para contar historias; historias de seres como nosotros o de perdedores, de seres marginales o la de nuestro vecino del quinto, de personas que muchas veces son invisibles para la sociedad, pero que él hace visibles y les da no solo una corporeidad creíble sino que, además, hace que nos reconozcamos y creamos reconocer a los que su mente crea en los mismos seres, normales o marginales, que habitan en nuestro barrio, en nuestra calle. Salvo que usted viva en una urbanización de lujo, claro. Entonces no. La exclusividad es para eso, bueno fuera…
He de decir que la disfruté de manera increíble, que me enganchó desde la primera frase: «La primera bala destrozó el quinto azulejo contando por la izquierda», hasta la última, y que no pude dejar el libro para nada durante doce horas. Acabé con la sensación de que Correa había dado un salto cualitativo en esta novela, que a pesar del gris marengo —él insiste en que su novela no es negra sino gris oscura—, en El detective nostálgico ha ido más allá y ha creado, es mi opinión, claro, una de las mejores novelas del momento, sin más colores, aditivos ni etiquetas.
Lee aquí las dos primeras páginas de la novela