Juan Ferrera Gil (Arucas, 1956) es licenciado en Filología Hispánica. Sus primeros relatos se publicaron en ‘El cartel de las letras y las artes’ del desaparecido ‘Diario de Las Palmas’. De 2005 a 2011 colabora con Arucas Digital. A partir de 2011, con infoNorte Digital, donde, además, tiene publicados dos libros digitales: ‘Relatos surrealistas en la Sala de Profesores’ y ‘El alcalde chino y otras narraciones’. También escribe en La Gaceta de Arucas y, ocasionalmente, en BienMeSabe. En distintos tiempos, Radio Arucas: ‘Cerca de las estrellas’, ‘Parque Chino’ y ‘La sorriba’. Y también editor ocasional en ‘Litteraria, Revista de literatura y opinión’.
Acabo de leer un libro en el que la abyección humana ha encontrado su acomodo en el espacio perfecto: el Gulag soviético. Nueve mujeres relatan sus duras experiencias antes de que se pierdan en el olvido histórico. Me refiero al libro Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017). Su autora, Monika Zgustová, las ha encontrado en Moscú, París y Londres. Pero, además, giran en torno a ellas otras vidas que también son contadas; podríamos hablar de daños colaterales, eufemismo que enmascara la verdadera realidad. Las nueve mujeres del libro (Zayara Vesiólaya, Susanna Pechuro, Ela Markman, Elena Korybut-Daszkiewicz, Valentina Íevleva, Natalia Gorbavéskaya, Janina Minsk, Galia Sofónova e Irina Emeliánova) tuvieron «dos refugios en los que poder sobrevivir: la amistad y la literatura», sostiene la autora.
Les confieso que lo he leído con espanto y horror. Es desmedido e infinito el dolor que es capaz de generar el ser humano cuando una ideología es conducida al extremo más extremo; entonces, la razón y el respeto se esfuman en el tiempo frío. No solo significó una bajada interminable a los infiernos los cuarenta grados bajo cero que estas mujeres sufrieron en los años del Gulag, sino que, en contra de lo previsible, de él salieron con más fuerza y vitalidad.
En un estilo ágil y claro, sin ocultar el sufrimiento, Monika Zgustová, nacida en Praga y con residencia en Barcelona desde los años ochenta, nos relata los distintos episodios donde las protagonistas nunca pierden su voz. Ese deseo de no invadir el terreno del entrevistado, la autora lo tiene muy en cuenta: hablan ellas en primera persona de un tiempo de abuso y exterminio en los confines soviéticos. Y Monika Zgustova sabe cuál es su sitio y, así, no invade lo que no es suyo. Y eso está bien puesto que el lector recibe directamente el relato original, y penetra paulatinamente en un mundo atroz e incomprensible en el que la condición humana ha desaparecido en la vasta Rusia y se ha transfigurado en la tundra siberiana, desleída, acaso disfrazada, en la nieve perenne.
Este libro es entrar en un Gulag donde lo miserable ha pasado a primer plano. Y, en ese planeta de terror auténtico y descomunal, aún hay espacio para la serenidad del universo. Y, así, estas nueve mujeres son capaces de encontrar la belleza en la penuria y en la escasez; bien a través de indelebles recuerdos; bien a través de miradas esporádicas al paisaje más cercano: «Distinguió una luna enorme que proyectaba su luz sobre los barracones pintados con cal. Además, vislumbró unas pequeñas flores silvestres al lado del camino».
Todas ellas (científicas, actrices, maestras, poetas…) coinciden en que, a pesar del calvario padecido, han salido del Gulag con fuerza renovada y tolerancia sobrada para con los demás. Y han contado, mayoritariamente, sus historias en las cocinas, al sabor del aromático té con galletas con semillas de amapola. Y esa imagen de contar los asuntos trascendentales en las cocinas de las casas también es costumbre en estos lares. Los dramas vividos y los momentos históricos es lo que nos separa. Como siempre ha sido.
Sin embargo, no crean, inteligentes lectores, que el libro carece de esperanza. Para nada. Hay de sobra. Porque la generosidad de estas mujeres también es tan inmensa como su fría experiencia vital.
Y la memoria, recurrente y creativa, se ha convertido en Literatura.