Poesía para el fin del mundo

Extracto de la presentación de 'Los versos perdidos del contramaestre del arca', de Pedro Flores, en la XXIX Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria

Silvia Rodríguez

Silvia Rodríguez  (Las Palmas de Gran Canaria, 1970) es traductora e intérprete y ha publicado los libros de poesía ‘Rojo Caramelo’ (Alharafishedita, 2004), ‘El ojo de Londres’ (colección de poesía San Borondón de El Museo Canario, 2005), ‘Casa Banana’ (Colección Poesía Gabinete Literario, 2007), ‘Shatabdi Express’ (Baile del Sol, 2008), ‘Bloc de notas’ (colección de poesía El Mirador, Ediciones Idea, 2009), ‘Departamento en Quito’ (Colección La Palma, Ediciones La Palma, 2013 ) ‘Ciudad Calima’ (Colección por mi mala cabeza, Ediciones Tragacanto, 2015) y ‘Las princesas no tienen nombre’ ( Editorial Maclein y Parker, 2016 ). Es coautora del libro tripartito ‘La fiesta innombrable’ con Verónica García y Antonio Puente (Baile del Sol, 2009) y ha publicado con Verónica García ‘Las bocas del agua’ (Colección Baños del Carmen, Ediciones Vitruvio, 2014). Entre otras antologías está incluida en ‘23 Pandoras: Poesía alternativa española’ (Baile del Sol, 2009) y en ‘Voces de Papel / A Miguel Hernández’ (Instituto Cervantes, Lyon, 2010). Estuvo en el programa del la II edición del Festival Internacional de Perfopoesía de Sevilla en 2009 y ha intervenido en los festivales internacionales de Poesía de Génova (2005) y de La Habana (2008 y 2009), en el Programa Literario de Otoño de Ginebra en 2009 y en el II Festival Internacional de Poesía Poetas en Mayo en Vitoria-Gasteiz en 2014. Ha editado textos en revistas como ‘La porte des poetes’, ‘Ficciones’, ‘Turia’, ‘Piedra del molino’, ‘Mundo Hispánico’, ‘Telegráfica’ o en el suplemento cultural mejicano ‘La jardinera Guarrior’.

en DRAGARIA

 

Los versos perdidos del contramaestre del arca, de Pedro Flores (Maclein y Parker, 2017) es un poemario donde el autor nos lleva a un escenario apocalíptico, al diluvio biblíco y a las maderas malolientes del arca que se va llenando de lémures, lobos, cebras, leones, perros, cascabeles, osos polares, ciervos… El poeta nos moja la espalda con las cataratas del cielo y nos hace sentir el escalofrío del fin y de la salvación, la soledad del ser humano y el amor profundo que se salta las fronteras del destino más cruel para, en palabras de Flores, «poblar el mundo de quiméricos seres».

«El libro nos arroja esperanza a pesar de que también el autor nos desarma»

Pedro está en la lluvia de las incógnitas vitales y de la soledad ante las contrariedades y la desigualdad en el mundo pero, como ha hecho siempre a través de toda su obra, con una poesía arrebatadamente bella e indómita, sus ojos son ayudantes de esa lluvia. Por eso, «para un mundo futuro quiere conservar esa mirada de pantera sin pantera, este recelo de lobo sin manada, para que este viaje, no termine nunca». El libro nos arroja esperanza a pesar de que también el autor nos desarma con versos como:

«Donde los lémures ven estrellas brillando
yo veo estrellas agonizando.
Nada mío merece perpetuarse
en un mundo nuevo».

«El hijo de tu abandono y de la lluvia», como se describe el poeta, se enfrenta al propio fin y dice:

«cuando este viaje termine
me daré un festín con tu recuerdo
viviré de tu inocencia frente al mar».

«el poeta revienta ante la amenaza de este nuevo mundo inhabitable»

El viejo mundo se desmorona también hoy, en pleno siglo XXI y ante esa tormenta infinita donde lo perdemos todo el poeta escribe:

«Nadie mirará con ojos míos
la primera tierra
nadie pisará con pies tuyos
las islas de la redención».

Y en su siempre humilde condición, el poeta Flores revienta ante la amenaza de este nuevo mundo inhabitable «hecho a la medida de poetas y predicadores. Del que él espera menos que los chacales».

En este tornado infame contemporáneo, nuestro autor, como en otras ocasiones, prefiere quedarse con los muertos, vivir con los muertos y por ello exclama:

«Yo debiera estar con ellos.
Todo aquí busca multiplicarse.
Yo quisiera fragmentarme
ser esta lluvia que te moja.
Yo soy la cruz de la inocencia
ya me devoraron los cangrejos azules
de la playa equinoccial del olvido».

«las bestias se aman, se devoran, sudan y salvan el mundo»

Sin embargo, nadie puede olvidar la certera y bravía poesía de Pedro Flores, donde las bestias se aman, se devoran, sudan y salvan el mundo siendo supervivientes en su hábitat forzado por las inclemencias y mordisquean las maderas de la nave ya que:

«Los chacales esperan
lamer de la pulida osamenta del antílope
un leve poso de sangre
un último jirón de miedo
olvidado por las hienas».

Cuando pasan los 40 días, «las sirenas ya se ahogaron en la sangre del poeta», y él subió las escalerillas de la nave que navegó como una jungla contenida de panteras lechuzas, anacondas, lobas y tapires que también sintieron cómo:

«Indistintamente
Dios
destruye, extermina
con fuego o con agua
te abrasa o te ahoga».

Flores se define libre y proclama:

«Yo soy un animal errante.
Que me perdonen las bestias porque cuando se apaguen
las cataratas del cielo
solo una cosa sobrará en la tierra:
Carroña».

Y añade:

«Millones de seres mejores que yo
son ahora el pastizal rojo de los peces
sus cráneos refugios de las anémonas.
La lluvia que me toca se malogra
vuelve al mar
agua paria
entre las aguas».

«me fascina su poesía irreverente, profunda, salvaje, valiente y hermosa»

y el autor se despide de alguien a quien busca:

«miraré cara a cara a cada ahogada
hasta encontrar tus párpados azules para decirle: Preferiste ahogarte
antes que habitar
el insulso mundo
de los puros y los conformes».

Conocí a Pedro Flores en el año 1992 y desde entonces, desde siempre, me fascina su poesía irreverente, profunda, salvaje, valiente y hermosa. Una poesía cargada de emoción, revolucionaria y única. Una poesía para el fin del mundo.

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