Miguel Aguerralde (Madrid, 1978) nació a tiempo para ver declinar la década de los setenta y pasó las dos siguientes buceando en lecturas, series y cine negro y de terror de todas las épocas. Fascinado por el misterio y por zambullir al lector en truculentos bosques de emociones, compagina su labor docente con la escritura de inquietantes cuentos y novelas de suspense. Criado y crecido en Las Palmas de Gran Canaria, escenario habitual de sus historias, actualmente reside en Playa Blanca, Lanzarote, donde da clase en un colegio de Primaria. Ha participado en un buen número de antologías de relatos y publicado hasta la fecha una docena de novelas con editoriales tanto canarias como peninsulares. Algunas de las más conocidas son ‘Claro de Luna’, ‘Noctámbulo’, ‘Caminarán sobre la tierra’, ‘El fabricante de muñecas’ o ‘Laberinto’. En 2016 exploró por primera vez la novela romántica con ‘La chica que oía canciones de Kurt Cobain’ y regresó con éxito al thriller noir con ‘Alicia’, su primera colaboración con la editorial Cazador de Ratas.
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Cuando era un niño, una etapa de mi vida a la que aún me siento muy cercano, no me gustaba especialmente leer pero tampoco ver la televisión. Me gustaba jugar, jugar con mis muñecos, pero descontextualizarlos e inventar con ellos escenas imposibles en mundos imaginados. Ahora que lo pienso, antes de aficionarme a la lectura, sin saberlo, ya estaba creando mis propias aventuras.
Leer, como el cine o la televisión, es una actividad hacia dentro. Recibimos información de otros y la asimilamos en nuestro contexto. Cada uno extraemos de ella una lectura, una enseñanza, y elaboramos nuestra respuesta, que puede ser una opinión, una reflexión o un aprendizaje.
La escritura, en cambio, es una actividad hacia fuera. La opinión, la reflexión, lo aprendido, deben ponerse delante y a partir de ahí elaboramos la información que queremos que otros reciban, con la intención inherente de crear en ellos una respuesta. Es, evidentemente, una actividad creativa que requiere como paso previo haber leído, visto y escuchado mucho. El escritor que afirma no leer es como el compositor que dice que no escucha música.
Hay una actividad, siempre lo digo, que combina ambas cosas, la faceta receptiva de la lectura y la creativa de la escritura. Son los videojuegos, entendiendo que me refiero a aquellos en los que la interactividad se combina con un sólido guión, con una historia, y que obligan al jugador a comprender una información para tomar decisiones en base a ella. Es decir, convierten al usuario en espectador pero también en personaje, en narrador de su propia historia.
Precisamente, los que cambiaron de posición a ese niño no lector que fui son los conocidos como librojuegos. Se trataba de pequeñas novelas, habitualmente de fantasía o misterio, cuyo argumento estaba oculto entre capítulos que obligaban al lector a la toma de decisiones. El hilo narrativo se fragmentaba en diferentes caminos a los que se accedía o no en función de lo que el lector eligiera hacer con su personaje. Eran los libros de Elige tu propia aventura, novelas interactivas en las que en lugar de simplemente leer una historia, la ibas escribiendo según avanzabas en la narración. Unos caminos llevaban al éxito y otros al fracaso, y si al volver a empezar la lectura cambiabas el signo de tus decisiones, la historia cambiaba completamente.
«No tengo claro hasta qué punto nuestros chicos y chicas estarían dispuestos en esta época a leer una novela que les exija actuar en vez de simplemente contemplar»
Estos libros tuvieron su continuación, más o menos explícita, en las pantallas de ordenador con las llamadas aventuras gráficas conversacionales o de point & click, que también han caído ya en el olvido.
Y es que, aunque pasé muchas horas jugando a leer y escribir con esas novelas, y no les niego que me encantaría ser capaz de escribir algo así un día, me pregunto si habría mercado para esos libros hoy. No tengo claro hasta qué punto nuestros chicos y chicas estarían dispuestos en esta época a leer una novela que les exija actuar en vez de simplemente contemplar. Decidir además de recibir. Crear en lugar de limitarse a ser sujetos pasivos.
La literatura no es otra cosa que eso, crear historias. Y consiste en poco más que idear un contexto espacial y temporal y llenarlo de personajes a los que les suceden cosas. El autor es a la vez narrador y parte de todos ellos, y se trata de jugar a ver qué haría yo si fuera Johnny el cartero, Tim el juglar o Mirta la detective privado.
Escribir es elegir la aventura de unos personajes, elegir tu propia aventura. Escribir es vivir otras vidas.