Las abuelas y el 8 de marzo

Mayte MartínMayte Martín (Las Palmas de Gran Canaria, 1964) estudió Ciencias de la Información, en la rama de Periodismo, en la Universidad Complutense de Madrid, donde vivió casi una década. Diplomada como detective privado por la misma universidad, tiene un Máster de Periodismo organizado por Prensa Canaria entre las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y la Complutense de Madrid. Ha trabajado para el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, para el Cabildo de Gran Canaria y para el Gobierno de Canarias; en varios medios de comunicación, prensa, prensa digital, radio y televisión, a escala local, regional, nacional e internacional, así como en varias ONG. Está especializada en gabinetes de prensa, con áreas de trabajo muy variadas, como sociedad, cultura, formación, ciencia, política y deportes. Actualmente es colaboradora de la revista de literatura canaria DRAGARIA. Ha recibido formación académica en la Escuela de Letras de Madrid, participa activamente en varios grupos literarios, sobre todo en El Club de los Retos de Dácil; ha participado en varios encuentros, tertulias y recitales, y ha presentado los libros de más de una treintena de autores. Tiene editado el libro de relatos eróticos ‘Sin tu permiso’ ( Bubok, 2012) y de microrrelatos y prosa poética ‘Reflexiones en blanco y negro’  (Beginbook, 2016), así como la novela ‘La espiral del silencio (Aguere-Idea, 2018). Ha participado en varias antologías.

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Dicen del olfato que es el único receptor sensorial que está directamente conectado con nuestras emociones y memoria. Por lo tanto, si estimulamos el olfato, podemos trabajar conscientemente con las emociones, sentimientos, no en vano la publicidad ya está usando esta poderosa arma para llegar a los diferentes públicos.

Nieves me daba la charla como cuando se dirige a su alumnado. Alguien habló de ciruelas y me contó que las ciruelas maduras le recuerdan a su abuela, a aquellas tardes en las que se sentaba en la cocina a pelarlas y luego las cocía lentamente para hacer mermelada y sus hermanos y ella esperaban ansiosos para poder probarla… «Me trae a la memoria aquellos otoños infantiles de sábados de octubre a media tarde, justo cuando las ciruelas empiezan a madurar pues ya se va la época de comerlas. Las ciruelas amarillas, el azúcar, un vecino de nuestra edad que hacía todo cuanto le pedía con tal de que le llevara un poco de la mermelada de abuela… y ahora recuerdo cómo abusaba de él. Era grande y fuerte, el típico glotón que sin ser gordo todos temíamos su fuerza, y yo tenía poder sobre él, le compraba con la mermelada de ciruelas casera hecha a fuego lento y cuchara de madera», me decía mientras reía.

Mi amiga se perdía mirando por la ventana y me decía que el olor del mar es algo que también tiene bien presente en sus pituitarias… «A veces en Madrid si me asaltaba la nostalgia era capaz de recordar el olor a brea, el olor del mar tan lejano, incluso podía rememorar el mal olor de la avenida marítima y sus colectores. Ya no digo cuando a veces huelo un perfume conocido o queda en el aire el aroma de alguien querido que ya no está presente». Mientras me hablaba de olores yo pensaba que nos estábamos intoxicando con los rotuladores. Habíamos desplegado cartulinas y escribíamos las consignas que luciríamos al día siguiente. Era un barullo tremendo, unas ensayaban cánticos y otras repartían cervezas y queso.

Y Nieves erre que erre volviendo a la abuela: «De ella recuerdo el olor del tulipán negro, de la crema Nivea y cómo guardaba las latas para darles otros usos. Abuela guardaba cupones, guardaba peladillas que nos daba en febrero o turrones en abril… recuerdo sus sopas de puchero, sus lentejas… jamás he vuelto a comerlas igual aunque las de mi madre se parezcan… recuerdo el olor del café recién hecho a media tarde y los vasitos de Duralex que nos ponía cuando fuimos creciendo».

«Supongo que quienes hemos disfrutado de las abuelas podemos recordarles por sus olores, por sus discursos, por su forma de vestir…»

Aunque de vez en cuando se quedaba ensimismada, volvía a la tarea y pintaba: «Supongo que quienes hemos disfrutado de las abuelas podemos recordarles por sus olores, por sus discursos, por su forma de vestir… mi abuela era siempre tan risueña, con el bolso preparado porque si la invitaban a salir siempre estaba dispuesta. Recuerdo sus vivos ojillos azules y como se fueron apagando cuando murió el abuelo… le sobrevino cinco años, cinco años de luto, casi siempre la recuerdo de negro. Perdió cuatro hijos, de ellos solo conocí a uno que fue mi padrino y que se mató en accidente de tráfico a los veinte años cuando yo apenas tenía tres. Ella se fue cuando yo tenía trece años y aun a veces me parece verla en la que fue su casa, sentada en lado izquierdo del sillón, oyendo la radio, viendo la tele y remendando alguna pieza de ropa pues su profesión de costurera siempre la acompañó». Por la descripción que hacía de su abuela, intuí que físicamente se debía parece mucho a ella. De repente me di cuenta de que estábamos todas escuchándola, ya no se oía tanto barullo, las que ensayaban dejaron de cantar y se acercaron hasta nosotras. Unas quince mujeres llenas de energía, tinta violeta y con ganas de que llegase el día siguiente. Muchas iríamos a la huelga y no teníamos prisa esa noche de preparativos.

«Adoro los botones, me encantan los hilos de colores porque ella tenía tantos… mi madre ha heredado esa manía de guardar botones, cremalleras e hilos. Yo no sé coser, es más, ni siquiera me gusta hacerlo, pero me encanta ver una buena cesta de costura ordenada, sus tijeras y agujas… tengo cajas viejas de caramelos y bombones ingleses llenas de sus hilos y me encanta el olor de la mermelada de ciruela, porque me recuerda tanto a mi abuela».

«Las mujeres de mi familia siempre han sido muy feministas, sin saberlo»

Otra nos contó lo menuda que era la suya, «pero de gran carácter si era preciso. Ayudaba a todas las personas que la necesitaban, amamantó a niños de vecinas y amigas que no podían dar de comer a sus hijos». Nieves, insistió: «La mía cosía para la calle, pero tenía una señora interna que ayudaba en la casa, se la trajo de niña de su pueblo, porque allí no tenía oportunidades laborales». «Las mujeres de mi familia siempre han sido muy feministas, sin saberlo, porque la abuela no sabía leer ni escribir, ella solo sabía cocinar, traer hijos al mundo y cuidar nietos ya que nuestras madres salían a trabajar», apuntó otra. Tere, la hermana de Nieves, intervino: «Ella cosía para la calle, se ganaba la vida y nunca dejó que nadie se burlara de sus clientas por su peso, tamaño o cualquier otra cosa que pudiera ser mofa de los demás». «La mía protegía a otras mujeres, su marido bebía, jamás le puso una mano encima, ni a ella ni a sus hijos, no se lo permitía, se transformaba y se convertía en leona». Todas nos pusimos nostálgicas recordando a nuestras abuelas y de repente empezamos a hablar de ellas, de nuestras madres y tías… y se nos pasó la tarde volando, más seguras que nunca del paso que habíamos dado:

 «Mi abuela quería ser feminista, ella defendía la igualdad a toda costa, adoraba la ópera y la zarzuela, le encantaba el cine y admiraba y copiaba los trajes de las artistas y sus diseñadores para las clientas». «Mi abuela derramaba lágrimas en silencio»- «La mía me enseñó que ser mujer no dependía del género, sino de la actitud y aptitudes en la vida». «¡Por tu abuela y por la mía!», gritó Rebeca, con la cerveza en la mano! 

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