Lauren Moya Ford (Boca Ratón, Florida, EEUU, 1986) es una artista y escritora radicada en Madrid. Graduada con un BA en español y un BFA en Studio Art de la Universidad de Texas, completó su MFA en Pintura en la Universidad de Houston en 2014. Durante 2018 sus trabajos literarios y fotográficos se han publicado en ‘Gulf Coast Journal’ y ‘Fields Magazine’, y ha expuesto en The Menil Collection, el Museo de Bellas Artes Houston, Rice University, MCO Contemporánea, Desperate Literature, e Inc Livros, Porto. También ha publicado sus ensayos para exposiciones en el Museo Municipal de Lalín (España) y la Universidad de Coimbra (Portugal). Sus libros de artista han sido publicados por Paratext y The Center for Imaginative Cartography and Research, y en 2018 fundó Editorial Froitas, imprenta independiente de poesía y arte. Ha participado en residencias artísticas en Ox Bow (Michigan, EEUU), O Sol Aceita a Pele para Ficar (Guimarães, PT), y El Centro de Arte La Regenta (Las Palmas, ES). Entre sus premios se incluye el Cynthia Woods Mitchell Center Fellowship para interdisciplinaridad y el Frank Free Travel Grant para investigación en la ciudad de México.
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Me despierto en medio de la noche y me viene esta pregunta a la mente: ¿Cómo es el paraíso? Después me doy cuenta de que un foco de luz me cubre la cara. Es la luna, que resplandece llena y brillante, y observo el paso de las nubes sobre su rostro. Mis ojos se quedan clavados en la luna un buen rato, mirándola fijamente a través de las barras de mi ventana.
Por aquel entonces llevaba pocos días sola en la isla, y tardo más de una hora en volver a conciliar el sueño. Un mosquito flota lentamente sobre mi cuerpo, picando en cada parte que encuentra. La luna, el mosquito. Mi cara, mi cuerpo.
La isla es de color óxido y negro. En la playa, los guijarros y las rocas se fusionan por las olas y por el tiempo. Las piedras conglomeradas pueden sostenerse en la palma de la mano, ásperas pero suaves. Grandes buques de cisternas se posan sobre el horizonte color turquesa. Un viento húmedo y salado agita hojas de palmeras secas.
Las primeras semanas que pasé en la isla noté una fuerte caída del cabello y mi piel no quería broncearse. Observo cerámica antigua en el museo de la ciudad, y atisbo lagartos negros lanzándose bajo las rocas. Fuera percibo una brisa, pero no la siento entrar por la ventana.
¿Qué debe tener un lugar para considerarse un paraíso? ¿Es la flora, el clima? ¿La gente, o la falta de ella?
Estoy a 6.326 kilómetros del lugar donde nací, y a 7.809 kilómetros del lugar donde me crié. Pero eso solo es así si trazas una línea recta en el mapa. Los mapas son planos. La isla no. Conduzco durante horas alrededor de la isla. Las carreteras no son líneas rectas. Conduciendo al borde de un acantilado, no sé si voy a morir o si saldré volando. Lo único que veo es el mar y el cielo. El paraíso, tal vez.