Juan Ferrera Gil (Arucas, 1956) es licenciado en Filología Hispánica. Sus primeros relatos se publicaron en ‘El cartel de las letras y las artes’ del desaparecido ‘Diario de Las Palmas’. De 2005 a 2011 colabora con Arucas Digital. A partir de 2011, con infoNorte Digital, donde, además, tiene publicados dos libros digitales: ‘Relatos surrealistas en la Sala de Profesores’ y ‘El alcalde chino y otras narraciones’. También escribe en La Gaceta de Arucas y, ocasionalmente, en BienMeSabe. En distintos tiempos, Radio Arucas: ‘Cerca de las estrellas’, ‘Parque Chino’ y ‘La sorriba’. Y también editor ocasional en ‘Litteraria, Revista de literatura y opinión’.
Los actos cotidianos no son gratuitos; ni se producen porque sí. A poco que se profundice viene a resultar que el leer, por ejemplo, y el mirar tienen relación directa con la historia, o historias, de los seres humanos. Los que en estos tiempos andamos pisando este planeta, a veces somos conscientes de la trascendencia en la que nos encontramos. Bien es verdad que este mundo alocado de prisas interminables cada vez nos deja menos tiempo libre para pensar y discernir. Pero también es cierto que con la literatura los puntos de vista se relajan y sirven para recordarnos, entre otros aspectos, la etapa que ahora vivimos. Y todo ello viene a cuento porque al releer Una historia de la lectura (Editorial Lumen, Barcelona, 2006), de Alberto Manguel, he recuperado el capítulo dedicado a Los lectores silenciosos: en él un joven de 29 años, de nombre Agustín, profesor de retórica latina, se desplaza de Cartago a Roma, y después a Milán, ciudad en la que decide visitar al obispo Ambrosio, que era un lector poco común. Todo esto sucedió en el año 384 y lo novedoso de su sencillo acto es que sus ojos, los de Ambrosio, recorrían la página pero su voz permanecía en silencio. Añade Manguel que lo que en realidad estaba viendo Agustín era a una multitud, un ejército de lectores silenciosos que con el paso de los siglos iría creciendo y creciendo. Ya ven: tenemos la secuencia completa: la lectura en silencio que practicamos es ancestral y entronca directamente con la historia de nuestros antepasados, que, gracias a ellos, estamos en el aquí y en el ahora. Eso por una parte.
Por otra, la conferencia que impartiera el profesor de Historia, e investigador, Jesús Giráldez Macía sobre Tindaya en la Casa Verde, del grupo ecologista La Vinca, en el municipio de Firgas. Nos habló, entre otros asuntos, Jesús Giráldez, de los más de 300 podomorfos que en Tindaya se encuentran. Y muchos de ellos, la mayoría, orientados hacia la mirada del Teide y del Pico de las Nieves, visibles en días claros desde la isla majorera. Si antes nos centramos en LEER, ahora hablamos de MIRAR. Y cuando miramos hacia el Teide, por ejemplo, desde cualquier isla y vemos su majestuosidad, viene a suceder que estamos haciendo lo mismo que nuestros antepasados aborígenes; no en el mismo sentido que ellos, pero sí es el mismo gesto. ¿Qué habrán pensado los majos desde la soledad de Tindaya? ¿Sabrían vencer el mar? ¿Por qué los pies rasgados en las piedras? Aquí estoy y desde aquí te veo. ¿Nos sucede hoy lo mismo? La mirada de la naturaleza nos empequeñece al mismo tiempo que nos trasciende. Y desde la mirada recurrente la imaginación se desborda. Y la contemplación del Teide y el mar que nos rodea, la otra parte de la isla, se convierte en el eslabón del ser humano con la historia; el punto de unión en el esqueleto del mundo.
Leer y Mirar: dos gestos cotidianos que encierran la relación de las personas con el universo. ¿Qué sentimos cuando leemos? ¿Qué pensamos cuando miramos? En ese detenimiento, en esa calma silenciosa, como la ola que llega muerta a la orilla de la playa, parece que conectamos con el verdadero valor, y sabor, de la existencia. Acaso por esa razón Pedro García Cabrera nos dijera que
«Un día habrá una isla
que no sea silencio amordazado».
Bien es verdad que el contexto de su creación es distinto al que nos referimos, pero las palabras tienen el valor, y el sabor, de traspasar los tiempos; y eso lo consiguen muy bien los poetas. ¿Se encuentra Tindaya amordazada? ¿Quién nos coloca la venda? ¿Cuánto dinero público se lleva invertido? No se entiende que se desee esquilmar el patrimonio natural. Y cultural. Bueno, sí: la ignorancia es muy atrevida y serpentea continuamente por las mentes huecas.
El silencio amordazado que sufrimos es más que evidente. Pero, claro, hay que detenerse para LEER y MIRAR. Y no están precisamente los tiempos actuales como para ir despacio. Eso es lo que le interesa al capitalismo: no pensar, no discernir, no criticar, no saber, no aprender. Por eso tanta invasión tecnológica nos ha robado el tiempo, nuestro tiempo libre, para evitar el conocimiento. Sin embargo, los gestos cotidianos de los que hemos hablado siguen presentes en nosotros; si bien enseguida intentamos grabarlos y enviarlos a los amigos. Cuando, en realidad, lo que tendríamos que hacer es guardarlo en nuestro interior. Y descubrir en ellos el valor auténtico de la lectura y la mirada. Así que el silencio que llevamos dentro, es decir, esa lectura y esa mirada, es el sino de nuestra libertad; acaso su primera piedra. Y también la historia de nuestro pueblo, del que, desgraciadamente, poco sabemos.
Leer se ha convertido en un acto de rebeldía. Y mirar también.
El monumento a Tindaya ya existe. Porque desde allí se proyecta el inconsciente colectivo. Y los podomorfos no son más que la constatación de unas voces del silencio que, con el paso de los siglos, confirman unas miradas respetuosas con la naturaleza. Hoy, otras miradas llevan el sello del dinero.
Por eso, como dijo Pedro García Cabrera,
«La esperanza me mantiene».
A pesar de que nos sigan queriendo imponer el silencio.