Irina-Roxana Georgescu (Rumanía, 1986) dedicó su tesis doctoral a la influencia de la crítica occidental en la crítica literaria rumana posbélica (1960-1980). Fue redactora de la revista de estudios literarios y culturales ‘Euresis’ (2009-2013). Especialista de evaluación del Departamento de Exámenes Nacionales e Internacionales del Ministerio de Educación de Rumania, está presente en las siguientes publicaciones colectivas: ‘Volver a definir’ y ‘Volver a escribir’ (Editorial Vellant) sobre el escritor y guionista mexicano Guillermo Arriaga; publicaciones de la Universidad de Bucarest; en ‘Qu’en est-il de la littérature «beur» au féminin?’ (París, L’Harmattan, 2012); ‘Cartografías literarias: regional, nacional, europeo, global’ (Timişoara, 2016); ‘Mahi Binebine’ (París, L’Harmattan, 2016), Poemario ‘(Intervalle ouvert)’ (París, L’Harmattan, 2017, colección Poètes des cinq continents).
Veinte Aldabas unifican los puentes de la espera y del amor en el poemario de Antonio Abdo, humanista canario conocido no solo como poeta, sino también como actor y escritor de teatro. Antonio Abdo Pérez nació en Los Realejos, Tenerife, en 1937, de padre libanés y madre canaria. Publicó los poemarios El silencio se estremece (Colección Taiga, 1976), Con el sol en las raíces (1977), Piel de gato con dibujos del pintor Pedro Fausto (1985), Playas (2007), Puzzle (2011). Aldabas es su libro de poemas más reciente, poemas que reivindican las huellas de un alma abandonado en el exterior del más cercano y más querido lugar: el alvéolo enamorado de su memoria.
El poemario de Antonio Abdo comienza con una pregunta callada —¿Por qué no atiendes mi llamada?— que señala el primer grito del pánico caracterizado por estar solo y por perder la unidad de su mundo interior. ¿Por qué la espera y la llamada de la persona amada llegan a ser los recursos de la poesía? La pregunta, del lector y del héroe lírico a la vez, nos revela la red interior de los significados, el filón lírico que se nutre de la metáfora central de la aldaba —una pieza de metal, que se sujeta en la parte exterior de la puerta por una base articulada y con la que se golpea para llamar— y llega a ser la clave del descubrimiento de la intimidad y de la fantasía poética, del binomio singular del amor y de la angustia, de la desaparición o de la evanescencia (del ser humano, del tiempo individual etc.). Y como el aldabón puede ser de hierro o de bronce, también la ansiedad de cada día que pasa —el mítico tema del paso del tiempo— puede ser intensa y dura como los materiales que nos unifican y nos desmontan.
Con cada poema que abre la puerta hacia la unidad del volumen, accedemos, de hecho, a lugares tan distintos que revelan tormentos y miedos tan detallistas, que, en vez de conformarnos con la certidumbre de su presencia, nos quedamos bloqueados en el lapso de tiempo: el mundo se convierte en la sede de la rebelión contra el tiempo (de hecho, contra la falta del tiempo), contra la desaparición de los puntos de referencia y contra la responsabilidad de las elecciones. Aldaba 2 construye la imagen de la sombra que se rehace utilizando fragmentos, secuencias existenciales no homogéneas, distintas: «Mi sombra es ya pintura de tu puerta» (pág. 9). Lo que llama la atención en la poesía de Antonio Abdo es que, igual que en una perfecta obra de teatro, las sombras y la escenografía, la coreografía y la música interior se entrelazan naturalmente y funden los intersticios de una sala de espera del alma en la cual el recuerdo, el sufrimiento, las angustias y el amor exigen una posición especial. Aldaba 3 debuta con una pregunta retórica grave, más allá del mundo material: «¿Amas la soledad?». Pero la suavidad del poema respira el aire menos oxigenado de las alturas, de la inocencia lexical y visual.
«cada instante que pasa se convierte en la promesa de la soledad, de un «abandono inexplicable», de los silencios que transitan la existencia como un golpe absurdo»
Con Aldaba 5 accedemos efectivamente a las entrañas del tema existencial. La vida puede purificarse por medio de la fuerza de las angustias, por la unificación de lo sórdido y lo absurdo con los silencios destructivos que cuidan la esperanza de que el ser humano se puede regenerar por el poder de la voluntad, por la ilusión de hacer bien las cosas: «Tu puerta dividió mi sangre que prefirió tu sombra y me dejo escaso y lúcido ante tu indiferencia, ante madera y hierro / que nunca me rechazan» (pág. 15). El mundo, en su diversidad agresiva, oxida las certidumbres, pero refugiándose en la puerta de su amada, el poeta encuentra un edificio interior que le cataliza la angustia y la esperanza a la vez, por medio de una simbiosis auténtica de las palabras y de los estados de espíritu. El reflejo de la lectura parece ser uno falsificador, por asumir de forma continuada los errores, por un «monólogo constante», vacilando entre las dudas o entre las «negras pesadillas», porque cada instante que pasa se convierte en la promesa de la soledad, de un «abandono inexplicable», de los silencios que transitan la existencia como un golpe absurdo; la metáfora de la aldaba revela la maravilla del amor y la utopía perene de la vida como sueño y como (des)ilusión: «¿Duermes aún? Estás dormida / entre las voces que encendió tu sueño. / Y yo llegaré al borde de tu almohada / para admirar tus párpados cerrados» (Aldaba 11, pág. 27), «Y puede ser que acaben las horas, repentinas, / y la esperanza acabe, ausentes los mañanas. // Porque es cuestión la vida de tiempos y de espacios, / de puertas y de aldabas fugaces o constantes. // Encontrarla hoy aquí es parte de la mía» (Aldaba 19, pág. 43).
Para concluir, entre «la guardia de esta puerta que ignora las funciones de su aldaba» (Aldaba 14) y «las palabras que te acerquen», las paredes del sueño inspiran todo lo que representa recuerdo, proximidad e intimidad, proyección indecisa del otro en sus propias palpitaciones existenciales. Porque, al fin y al cabo, la soledad se combina con el demonio de la indeterminación y la poesía se convierte en la oportunidad del reencuentro consigo mismo, de la satisfacción, cuando «El silencio te aleja, a la distancia / real entre tu alcoba y mi persona» (Aldaba 20, pág. 45).