Elizabeth López Caballero (Las Palmas, 1985). Es profesora especialista en Audición y Lenguaje, y Mediadora. Además, preside la Asociación Contra el Acoso Escolar de Las Palmas (ACAELP). Es autora de ‘Sí, los ángeles también lloran’, ‘En tierra de demonios’ y ‘La niña de la luna’, en esta última aborda el tema del ‘bullying’. También es colaboradora de ‘La Provincia’, donde publica artículos de opinión en su columna: ‘El lápiz de la luna’.
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¿Crees que hay alguna posibilidad de volver a una dictadura o tu respuesta sería que eso es imposible, que ya hemos aprendido la lección? Antes de continuar leyendo, me gustaría que contestaras a esta breve pregunta.
En mil novecientos ochenta y uno, Todd Strasser narró en su libro The Wave, bajo el pseudónimo de Morton Rhue, los hechos (reales) que más tarde el director Dennis Gansel llevó a la gran pantalla, obteniendo un gran éxito en el Festival Sundance. Este filme, inspirado en una obra literaria, cuenta lo que ocurrió en el año mil novecientos sesenta y siente cuando un profesor, Ron Jones, de un instituto de California, no supo qué contestar a las preguntas de uno de sus alumnos: «¿Cómo es posible que el pueblo alemán ignore la masacre del pueblo judío? ¿Cómo puede la gente de las ciudades, los obreros, los profesores, los médicos, decir que no sabían nada de los campos de concentración? ¿Podría repetirse un hecho así?». Al no poder explicar a sus escolares por qué los ciudadanos alemanes (especialmente los no judíos) permitieron que el Partido Nazi exterminara a millones de hebreos y a otros llamados indeseables, decidió mostrárselos. Decidió hacer un experimento con sus estudiantes e instituyó un régimen de extrema disciplina en su clase, restringiéndoles sus libertades y haciéndoles formar parte de una unidad. El nombre de este movimiento fue The Third Wave, La Tercera Ola, en comparación con una serie de tres olas en el mar en la que la tercera es la más fuerte de todas. Ron Jones era profesor de bachillerato y en la semana de proyectos propuso el tema de la autocracia, con el fin de explicarles a sus alumnos lo fácil que es repetir la historia, por mucho daño social que hayamos hecho. El profesor articuló una serie de clases en las que presentó los elementos que intentan dar sustento a esta metodología política: espíritu de grupo, sentimiento de comunidad, ideales comunes, disciplina y ayuda mutua. En apenas unos días el experimento cobró vida propia y alumnos de todo el centro se unieron a él. Lo que comenzó con una serie de ideas inocuas, se fue convirtiendo en un movimiento real. Los jóvenes se entusiasmaron, se pusieron un nombre, mejoraron en autoestima e iniciativa, superaron sus diferencias sociales, se implicaron en el diseño de un símbolo, adoptaron un uniforme común y un saludo propio. Las críticas de varias alumnas al experimento, cuestionado también por otros profesores y por grupos anarquistas, llevaron la situación mucho más allá de lo que nadie había imaginado. Se habían convertido en una dictadura que excluía a todo aquel que no compartiera su ideología y capaces de coaccionar o atentar contra el que se interpusiese a su pensamiento. El profesor, al ver cómo lo que había empezado con un fin pedagógico se estaba convirtiendo en una amenaza, quiso poner fin al proyecto, pero algo sucedió…
«La condición para que el grupo se mantenga unido es que exista una doble ligazón libidinal: por una parte, la idealización del líder; y por otra, la identificación recíproca de los miembros entre sí»
¿Cómo pudo acabar el experimento así? De la misma forma que ha acabado en algunos países de la América hispana, en dictaduras asiáticas o como podría ocurrir en sociedades de nuestro entorno si determinados partidos alcanzaran el poder. Freud lo explica a través de la necesidad del ser humano de pertenecer a un grupo. Para conceptualizar al grupo, Freud se basa en la siguiente tesis: «El grupo se encuentra unido a causa de la libido, que mantiene la cohesión en todo lo existente. La libido es la energía de las pulsiones y está en relación con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto del amor. Dentro de este concepto, se incluye el amor a sí mismo, el amor paterno-filial, la amistad, el amor a la humanidad en general, el amor a ciertos objetos, a ideas abstractas, etc». El concepto de libido entonces es una concepción amplificada del amor. La condición para que el grupo se mantenga unido es que exista una doble ligazón libidinal: por una parte, la idealización del líder; y por otra, la identificación recíproca de los miembros entre sí. Cuando hay investidura libidinal, hay ilusión de unidad. La Ola es el prototipo de la ideología igualitaria y por ende del fenómeno de la ilusión grupal. La ilusión grupal es un mecanismo de defensa que propicia la relación a lo semejante y la exclusión de lo diferente. Las diferencias entre los alumnos desaparecen y se crea la ilusión de que todos se encuentran igualados frente a un objetivo común. Esta unificación ilusoria, que es muy común en la adolescencia y en la constitución de ciertos grupos, está destinada a declinar en pos de la aceptación de las diferencias. Repito la pregunta del principio: «¿Crees que hay alguna posibilidad de volver a una dictadura o tu respuesta sería que eso es imposible, que ya hemos aprendido la lección?». Mi respuesta es un rotundo sí. La sociedad española está profundamente desencantada con el sistema político que nos gobierna. Estamos cansados de las mentiras, los fraudes, los recortes, entre otras cosas. Esto hace que emerjan nuevas ideologías a las que —por la necesidad inconsciente de pertenencia a un grupo— nos unimos, sin pararnos a pensar si realmente nos beneficia, nos perjudica o si, en el peor de los casos, estamos retrocediendo y repitiendo la historia. No me canso de decir que la literatura o el cine son mucho más que un pasatiempo, es una forma de despertar a la consciencia y de ver a través de los ojos del narrador nuestros propios errores y sus consecuencias. En resumen, este libro me recordó que todos podemos ser revolcados por una ola.