María Teresa de Vega (San Cristóbal de La Laguna) es licenciada en Filología Románica por la ULL. Ha sido profesora de Lengua Española y Literatura en centros de enseñanza de Tenerife y Madrid. En su formación influyeron, además, dos años cursados en la escuela de Bellas Artes y las muchas lecturas, de las que siempre dispuso en la casa de sus padres. Ahora vive en Canarias y escribe. Participa en un club de lectura de poesía, envía algún artículo a la sección cultural de un periódico y acude a muchos actos culturales de la isla. Su vocación por la literatura y sus primeras publicaciones son algo tardías, si bien tiene publicados cuatro poemarios, ‘Perdonen que hoy no esté jovial’ (2001), ‘Cerca de lo lejano’ (2006), ‘Mar cifrado’ (2009), y ‘Necesidad de Orfeo’ (2015); dos libros de relatos, ‘Perdidos en las redes’ (2000) y ‘Sociedad sapiens’ (2005), y tres novelas, ‘Niebla solar’ (2009), ‘Merodeadores de orilla’ (2012) y ‘Divisa de las hojas’ (2014).
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Q
uizás no todos saben que el escritor Rafael Arozarena era un pintor excelente. En la exposición que permanece abierta en el TEA pueden contemplarse —junto con notas biográficas y fotografías— algunos cuadros suyos. Este que muestro más abajo no está entre los expuestos, que son todos propiedad de las hijas. Lo regaló a Isaac de Vega hace muchos años, ahora, junto a algunos otros, en poder de nuestra afortunada familia.
Este cuadro tiene mucho que ver con lo fetasiano, con esa aspiración a lo que nunca se logra pero se presiente, aquello que se intenta moldear, ese orbúnculo fracasado que es el mundo que recibimos al nacer.
Hago un intento de interpretación:
Flanqueados por espectros, en el centro casi del cuadro, se encuentran esa copa y ese pez. La copa, en simbología aceptada, significa el cíclico renacimiento. Y el pez, el poder ascensional desde lo subterráneo, lo inconsciente. También la fecundidad, dada la poderosa capacidad reproductiva de estos animales. Y ambas imágenes la vida que, hemos de suponer, es una vida más alta, transfigurada según el genio y la inspiración que procedían de sus deseos. Así pues, muerte —esas figuras que parecen de ultratumba, espectros errantes—, y nuevo nacimiento, al que ayudan los rayos de luz con su poder vivificante. Para lo uno y lo otro están esas escaleras que conectan las dos dimensiones.
Otro cuadro que poseemos, y que nos gusta mucho, tiene como protagonistas a dos espantapájaros. Constituyen una representación de estos dos amigos en un aspecto de sus vidas: solos en la soledad de un campo de maíz, en su condición de outsider y con la librea del despojamiento.