Juan Ferrera Gil (Arucas, 1956) es licenciado en Filología Hispánica. Sus primeros relatos se publicaron en ‘El cartel de las letras y las artes’ del desaparecido ‘Diario de Las Palmas’. De 2005 a 2011 colabora con Arucas Digital. A partir de 2011, con infoNorte Digital, donde, además, tiene publicados dos libros digitales: ‘Relatos surrealistas en la Sala de Profesores’ y ‘El alcalde chino y otras narraciones’. También escribe en La Gaceta de Arucas y, ocasionalmente, en BienMeSabe. En distintos tiempos, Radio Arucas: ‘Cerca de las estrellas’, ‘Parque Chino’ y ‘La sorriba’. Y también editor ocasional en ‘Litteraria, Revista de literatura y opinión’.
En la última novela de Alexis Ravelo, Los milagros prohibidos (Editorial Siruela), hay un fragmento en la página 289 que dice lo siguiente: «Una pareja de guardias las acompañó a la calle Ancha cuando ya amanecía. Las tres mujeres caminaron del brazo por la ciudad vacía sintiendo cómo los visillos de las ventanas cerradas se movían a su paso».
Y ello viene a significar que el poder y la autoridad en su transitoriedad a la calle vacía (precisamente la calle es o debería ser el espacio natural de la Libertad y de la reivindicación, en la que todos somos y nos sentimos iguales) la inundan de soledad e impotencia. Y «los visillos de las ventanas cerradas» se convierten en personajes que imaginamos a través de las diversas miradas doblemente interiores: miradas furtivas, cobardes, acaso solidarias. Todo ello para desembocar en el Miedo, contextualizado en la Guerra Civil, donde de repente lo cotidiano se desvanece en los disparos de odio y rencor.
Agustín Millares, en cambio, habla de calle solidaria:
«La calle que tú me das
no será tuya ni mía,
tendrá que ser compartida:
calle de todos será».
En este poema de Millares la calle es símbolo claro de Libertad, expresado sin tapujos y sin guardias amenazantes, donde cabemos todos: los unos y los otros, los de arriba y los de abajo. Visión totalmente opuesta a la de Ravelo, aunque la de éste lleve el nombre de Ancha: ancha solo para unos pocos. Sin embargo, tanto Millares como Ravelo se yerguen en sus textos contra las prohibiciones: por eso sus palabras resultan sensatas y sinceras, porque proceden desde la honestidad literaria.
Y Arturo Maccanti cambia el tono:
«Tantos años pasando por aquí.
De pronto, sí, los años, y el adiós
que hasta ayer fue esperanza,
santo y seña del hombre,
se me muestra al decirlo con un sabor amargo
de desnuda palabra,
de trágica verdad».
Es una calle más íntima, más personal, sin querer decir con ello que el egoísmo aparezca por algún vanidoso rincón. Para nada. La calle de Maccanti es hermana directa de las de Millares y Ravelo. Y habla del paso del tiempo y de alguien que se va (acaso sea el propio autor) y de esperanza asociada al dolor con sabor amargo. Y viene a resultar que la esperanza de Maccanti también se adivina en los otros dos escritores: a poco que leamos entre líneas y detengamos la mirada en el libro, nos percataremos de su peculiar esperanza: ese anhelo de compartir la libertad en la calle, ese deseo de materializar una idea y trasladarla al espacio más común.
«si algo caracteriza a los libros es su eterna resistencia y humildad»
Así se infiere que Millares, Maccanti y Ravelo, sin saberlo, sin pretenderlo siquiera, se han asociado para dejar constancia clara y explícita, en distintas épocas y momentos, de que los instantes vividos, los tiempos respirados, mudan siempre. Y a pesar de «tantos años pasando por aquí», la calle, en sentido amplio, alberga y guarda la historia, a veces dolorosa y triste, de seres anónimos; acaso nosotros mismos. Han sabido trasladar al papel esa idea y desde ese lugar tan blanco adquiere el semblante de la intemporalidad y eternidad de las hileras de palabras, que se nos hacen visibles en la memoria, y que recurrentemente regresan, como si un milagro fuera, para recordarnos que el libro abierto siempre perdura. Y que en la estantería nos espera pacientemente. Porque si algo caracteriza a los libros es su eterna resistencia y humildad.
«Las tres mujeres que caminan del brazo en la calle Ancha que tú me das y por la que tantos años pasé» convergen en las almas de Millares, Maccanti y Ravelo con el fin de presentarnos un nuevo punto de inflexión que no nos convierta en indolentes.
Ya ven: la última novela de Alexis Ravelo, de momento, me ha devuelto a Millares y a Maccanti. Así que sus palabras no son nada gratuitas y valen lo que pesan; ni brotan espontáneamente en el papel como si abriéramos el chorro de la pileta: sus palabras, las de todos ellos, van más allá y nosotros, desconocidos lectores, las hacemos nuestras para devolverlas otra vez a las calles, pasearlas y mostrarlas como un tesoro en el parque que una vez fue de nuestra infancia.
LITERATURA se llama.