Echedey Medina Déniz (Moya, 1994) cursa el Grado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). Si bien hace relativamente pocos años que ha descubierto la poesía modernista de sus paisanos, se confiesa desde su infancia un admirador inconsciente de la sensualidad de los juegos florales del bosque umbrífero de Doramas, donde pasó sus años de niño jugando. Aún sin abandonar el juego, se ha sumado ahora a una aventura literaria que pretende ser el camino para ser partícipe de la fiesta de la vida, pues cree lo que dice Osho: «Conózcanse a sí mismos pues el camino es hacia adentro». Aunque cursó un primer año en el Grado de Historia, supo pronto que su amor siempre había sido la filología. Fue miembro del grupo literario El Paseo de los Flamboyanes y actualmente es miembro del grupo literario Palma y Retama, junto a otros compañeros de carrera.
«Cuando teníamos todas las respuestas
nos cambiaron las preguntas».
—Mario Benedetti
Cuando vengan los nuevos niños del futuro
y haya que enseñarles de qué exacto mono vino el hombre,
qué cromosoma lo puso a dos patas sobre la tierra,
en qué mano —derecha o izquierda— portaba la lanza
o de qué lado dormían para protegerse de las bestias,
cuando los decentes de la docencia
contagiados de una incipiente titulitis
empiecen a echar espumarajos blancos por la boca
como consecuencia gástrica de acatar el santo y seña
del plan docente, y no haya más nunca tiempo para coger
y para vivir porque hay que investigar, presentar proyectos,
danzar sobre la lluvia de los horarios tutorizados,
corregir diez dossieres y —pese a todo— mostrar una actitud
de iniciativa y de investigación conforme a lo que el marco occidental
espera de nosotros,
cuando sea más importante adivinar de dónde vino el hombre
que preguntarse qué carajo estamos haciendo de él,
cuando venga el tiempo en que los granujas históricos
hablen de derechos humanos mientras matan a los zurdos,
cuando las peleas sintácticas y las glorias científicas del siglo veinte
sean arrasadas por las polillas del olvido
y haya que enseñarles a los nuevos niños del futuro
a vacunarse por sí solos contra la titulitis, el engaño, la desidia y las trampas del corazón,
—entre otras pillerías del mundo globalizado—,
en fin, cuando vengan los nuevos niños del futuro,
sé que ellos comprenderán que es más importante
saber hacia dónde vamos (o deberíamos ir)
que repachingarnos en los gallinazos de la nostalgia
de quienes fuimos (o debimos ser).