Echedey Medina Déniz (Moya, 1994) cursa el Grado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). Si bien hace relativamente pocos años que ha descubierto la poesía modernista de sus paisanos, se confiesa desde su infancia un admirador inconsciente de la sensualidad de los juegos florales del bosque umbrífero de Doramas, donde pasó sus años de niño jugando. Aún sin abandonar el juego, se ha sumado ahora a una aventura literaria que pretende ser el camino para ser partícipe de la fiesta de la vida, pues cree lo que dice Osho: «Conózcanse a sí mismos pues el camino es hacia adentro». Aunque cursó un primer año en el Grado de Historia, supo pronto que su amor siempre había sido la filología. Fue miembro del grupo literario El Paseo de los Flamboyanes y actualmente es miembro del grupo literario Palma y Retama, junto a otros compañeros de carrera.
En los campos de las zonas centrales y del sur de Chile y aun en sectores urbanos del gran Santiago persiste estoicamente, de generación en generación, la leyenda mapuche del tue tue o chonchón. Cuentan los narradores de la memoria que en las noches más oscuras y solitarias se escucha a veces muy cerca el aleteo metálico de un pájaro improbable. Quien lo escucha dice y repite que emite una carcajada profunda y un sonido que fonéticamente parece decir tue tue tue tue. Quien lo ha sentido sabe el horror que produce la cercanía de su canto y la imposibilidad de su avistamiento, pues cuando se le busca nunca se le encuentra. Entonces, con los pelos parados de puro terror, el chileno sabe que el manto de la noche es el íntimo cómplice de los brujos que realizan sus rituales. En alguna pieza remota, un cuerpo sin cabeza medita sentado esperando a que regrese el dueño; que revolotea a sus anchas en la gran noche austral.
«Cuando el tue tue canta el indio muere», dicen las lenguas antiguas. Cuando el ave misteriosa se presenta, todos tiemblan porque se avecina una muerte o un terremoto. Algunos, asustados, invitan al tue tue a tomar té para calmar sus ansias.
Al día siguiente un anciano toca la puerta y se justifica: «Vengo por la invitación de anoche». El dueño de casa lo hace pasar para sentarse y tomar té amablemente y con todo tipo de atenciones. A la salida agradecida de ambos, el testigo se apoya en la puerta y dice lo que le dijeron sus abuelos que decían sus padres que había que decir después de la visita:
—Martes hoy, martes mañana, martes toda la semana.