Josefa Molina Rodríguez (Venezuela, 1969) es periodista y escritora. Ha obtenido doble mención honorifica por dos textos en el I Certamen de Relatos Cortos organizado por el colectivo Tagoror 2015 y ha sido finalista del I Certamen de Relato Corto Pluma de Cigüeña (Piediciones, 2016). Su obra está presente en una docena de antologías de prosa y poesía editadas por Playa de Ákaba. Miembro fundador y presidenta de la Asociación de Escritores y Escritoras Palabra y Verso, produce y dirige el programa de radio De la palabra al verso. En otoño de 2017 lanza su primer poemario en solitario, ‘Inflexiones’.
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14 de febrero, ¿celebramos de verdad el Amor?
Las Palmas de Gran Canaria, 14 de febrero de 2018
J.M.R.
¿El amor? Uy, el amor… Enamorarse es de los sentimientos más traicioneros que existen. Una pierde la conciencia, cae en los brazos de cualquier mequetrefe, para después descubrir que, parafraseando a Gabinete Caligari, más dura será la caída para los dos. Soy mujer y, según dicen, estoy aún en edad de merecer —aunque sinceramente no sé muy bien el qué tengo o debo de merecer, pero eso es tema para otro artículo—, y sí, lo confieso: estoy harta del amor romántico factoría Disney, estoy hastiada de tanta poesía amorosa que apesta a tufo adolescente.
Levantó la cabeza del ordenador donde llevaba intentando escribir, sin éxito alguno, algo decente desde hacía varias horas. Se quedó pensativa, mirando a través de la ventana. Aquel artículo iba a ser más complicado de elaborar de lo que pensaba.
Cuando su redactora jefe le encargó el reportaje de cara a la celebración del próximo 14 de febrero, no le gustó en absoluto la idea. ¿Hablar de amor? ¿Ella? Señor, ¿quién era ella para escribir sobre ese tema?
«Y, —le advirtió—, no quiero la misma parafernalia de siempre, que si los regalitos, que si los corazones, que si el consumismo, que si es una festividad inventada por los centros comerciales, … Nada de eso: escribe algo original, algo inusual, lúcete, anda, que tú sabes hacerlo cuando quieres». En fin, que su jefa le doraba la píldora sabedora de que aquel encargo no le hacía ni la más puñetera de las gracias, ni aún siendo éstas las tres mitológicas griegas.
«no se consideraba la más indicada para escribir un reportaje sobre ese sentimiento tan laureado, el amor, con algo de honestidad profesional y sin atisbo de rencor»
Rondando los cuarenta, divorciada y demasiado escarmentada de las relaciones amorosas que no cuajaban nunca en nada real, en nada auténtico, en nada vaya, no se consideraba la más indicada para escribir un reportaje sobre ese sentimiento tan laureado, el amor, con algo de honestidad profesional y sin atisbo de rencor. Sólo pensarlo ya le producía la desagradable sensación de estar invadida por cientos de pequeños bichejos que recorrían sin freno su piel produciéndole una incómoda sensación de urticaria.
Durante días dio vueltas a cómo enfocarlo. Buscando inspiración, se trasladó a su librería de referencia donde compró un par de ejemplares de poetas del romanticismo inglés y otro par de poetisas contemporáneas. Ya que estaba en el tema, quería conocer cómo sus iguales abordaban el tema de reflejar ese sentimiento tan huidizo y liviano.
La primera tarde que se tumbó en el sofá a leer, le pareció que Keats prometía, pero pronto descubrió que tanto canto al amor y al paisaje no le convencía en absoluto. No, desde luego no iba por buen camino para preparar el reportaje.
Pensó entonces en la poesía española e hispanoamericana. Los hispanos sí que sabían hablar de la pasión y del amor. Ellos eran de sangre caliente, de pasiones bajas, de esas que hacen caldear la entrepierna y no como el gélido poeta irlandés…
«Es el amor la esencia de la vida, no hay vida sin amor», decía Rosalía de Castro. La gallega sí que sabía. Y qué decir de Miguel de Unamuno, con su «si tú y yo, Teresa mía, nunca nos hubiéramos visto nos hubiéramos muerto sin saberlo: no habríamos vivido». Y vamos, vamos, ya Rubén Darío se salía: «Amar, amar, amar, amar para siempre. Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo».
Pero, ¡ay!, no, ya no podía más. Aquel rosario de versos cargados de tanto dulce se le empalagaba en la garganta como una masa viscosa que amenazaba con provocarle el vómito menos romántico y más histriónico de la historia de la poesía.
¿Y si abordaba el artículo desde una perspectiva más cinematográfica? Siempre sería más interesante darle un enfoque made in Hollywood al terrible y angustioso proceso de enamorarse.
«Resultó ser la típica historia de amor de dos mujeres engañadas que ponen tierra de por medio para alejarse de sus respectivos defraudares de corazones»
Salió corriendo al videoclub en busca de alguna película que le inspirara. Señor, los estantes rebosaban a cintas ¡a cada cual peor! Con títulos de lo más insulsos y carentes de todo atractivo e interés del tipo Loco y estúpido amor, Te amaré por siempre, Diario de una pasión, Votos de amor, Titanic, ¡aquello era insufrible! Finalmente y como buena profesional que se consideraba, se decidió por una de ellas. Se tumbó delante de la televisión y ¡planchazo! Resultó ser la típica historia de amor de dos mujeres engañadas que ponen tierra de por medio para alejarse de sus respectivos defraudares de corazones y, para ello, deciden intercambiar sus respectivas casas durante dos semanas, en el transcurso de las cuales caen de nuevo entre las terribles garras del amor que las atrapa y engulle. Ohhh, pero ¡qué grande es el AMORRRR que todo lo puede!
Señor, señor, basta ya, ésto no puede ir peor. ¿En serio? ¿Te vas a un pueblucho perdido de las afueras de la campiña inglesa y resulta que el hermano de la mujer con la que intercambias la casa es un cachas terriblemente atractivo con el que te acuestas sin más a los diez minutos de tocar a tu puerta? Vamos, hombre, ¡eso no se lo cree nadie! Definitivamente, aquel trabajo se estaba convirtiendo en un auténtico dolor de cabeza.
Hastiada se acercó hasta la habitación de su hija de catorce años buscando un motivo para no pensar más en el fastidioso encargo. Frente a la puerta, comenzó a bailar dejándose llevar por la música que la chica escuchaba en ese momento. Claro, esa era una buena idea: centrar el tema en cómo trata la música actual las relaciones de pareja. Aquello sí que era un filón. Pero espera, espera, ¿eso qué era, bachata, reggaeton? Por favor, vamos a ver, ¡¿pero es que esta música es toda igual?!
«¿Dónde quedaron las letras que contaban historias, las que hablaban de la vida?, y ¿las melodías?, ¿dónde quedaron aquellos ritmos?»
«Me vuelvo loco por un beso de tu boca», «vamos a ser felices, felices los cuatro», «me enamoré, lo vi y me lancé», «andas en mi cabeza en todas horas, por siempre te amé»… ¡¡Qué empalagueee!! ¿Dónde quedaron las letras que contaban historias, las que hablaban de la vida?, y ¿las melodías?, ¿dónde quedaron aquellos ritmos de los ochenta, aquella capacidad para crear algo nuevo? ¿Dónde quedó la ruptura, lo original, la música de cantautor, la protesta, la reivindicación? A ver si al final va a tener razón Frank Zappa y las canciones de amor son para los gilipollas. Pues no, parece que por aquí tampoco.
¿Y si me paso al ensayo?, se preguntó al borde ya de un ataque de nervios al más puro estilo Almodóvar. La verdad es que, visto lo visto, no era tan mala idea analizar el amor desde una perspectiva de investigación, seria y rigurosa, buscando una información contrastada, exponiendo varios puntos de vista.
Motivada con este nuevo enfoque escribió en el móvil un mismo mensaje que reenvió a varios de sus amigos. Por favor, contéstame a una pregunta, es para un artículo que tengo que entregar la próxima semana: ¿qué es para ti el amor?
A su móvil comenzaron a llegar en cascadas emoticonos que mostraban muñecos que hacían el gesto de ni idea o yo qué sé de los amigos que no se mojan en opiniones de ningún tipo, a las que se sumaron curiosamente las opiniones de sus amigas quienes no dudaron en aportarle todo tipo de opiniones al respecto. Así para las más enamoradizas sin amor no se podía vivir ya que es el eterno sueño al que aspirar. Por su parte, las más pragmáticas le indicaron que, a su edad se conformaban con compartir vida y casa con alguien que, básicamente, no les molestase. En cambio para las desencantadas, el amor era una mierda pinchada en un palo por lo que vivir sin pareja es algo así como un santo remedio del Señor.
«aquello sí que era un poema de amor! Bueno, más bien de desamor, claro que, pensándolo mejor, el desamor era aún más desgarrador, más auténtico»
Para las que comulgaban con las ideas de izquierda, el amor era un invento imperialista inventado para subyugar a la mujer y mantener el privilegio y poder del macho sobre las féminas, mientras que para las ateas, suponían una imposición del cristianismo, ideado para controlar el poder del hombre sobre la mujer y asegurar, bajo el sacramento del matrimonio, la reproducción de los católicos, apostólicos y romanos. Y, por último, para su amiga la filósofa, «el amor es una condición impuesta por la sociedad basada en premisas equivocadas como que es un sentimiento es eterno e intrínsecamente bello, lo cual obviaba toda lógica racional además de a Kierkegaard y ¡no digamos a Platón!».
¡Pues vaya lío! Así no había quien avanzara. En fin, tocaba volver a su fuerte, la literatura. Céntrate en lo que controlas, se dijo, y no divagues, se recomendó. Entonces, recordó aquel poema que tanto le gustaba cuando también ella creía en el AMOR, ese, así como mayúsculas, AMOR: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche».
La piel se le electrificó. ¡Coño, aquello sí que era un poema de amor! Bueno, más bien de desamor, claro que, pensándolo mejor, el desamor era aún más desgarrador, más auténtico, más visceral, más creativo, más doloroso, ¿cómo decirlo?, eso es: ¡el desamor es más poético!
Ese sí que era un buen tema para un reportaje. Se sentó delante del ordenador y comenzó a teclear arrastrada por la inspiración y, ¿quién sabe?, ¿por las musas?
Contra el amor en los tiempos modernos
Las Palmas de Gran Canaria, 14 de febrero de 2018
J.M.R.
Para el inmortal poeta chileno Pablo Neruda,conocer el amor es «el fuego que alimenta la vida»; para el siempre irreverente escritor norteamericano Charles Bukowski, amar es «intentar llevar sobre tus espaldas un cubo lleno de basura a través de una enorme riada de orina».
Lo cierto es que el amor, el enamorarse, el hecho de decidir compartir tu vida con otra persona —se entiende que con la intención de que sea para siempre—, es un viaje lleno de curvas, de largos y tortuosos caminos que nos llevan hasta una puerta que permanece cerrada, como ya cantara lánguidamente el afanado beatle, Paul McCartney.
Partiendo de que el amor es un sentimiento loable y hermoso que nos hace más humanos, —demasiado humanos, como diría Nietzsche—, enamorarse es con frecuencia un ejercicio harto peligroso y desconcertante, producto de un fulminante flechazo que nos obliga, al decir de Radio Futura, a caer cual soldados fulminados al suelo aunque, a veces, se convierte en un imperdible perdido en la solapa del azar, como cantara nuestro eterno poeta y músico ubetense.
O tal vez el amor sea tan sólo una costumbre, un refugio, una cueva de la que no queremos salir porque, por mucho que lo intentemos, no logramos acostumbrarnos a ser adultos.
Porque, ¿quién nos asegura que el amor no es una cuestión de costumbre? ¿Estamos seguros del AMOR?, ¿de ese escrito con mayúsculas?
¿Quién nos puede asegurar que el desamor no es el resultado lógico y consecuente de ese sentimiento que nace supuestamente puro al mirar a los ojos del otro, y no, como se considera la mayoría de las veces, su resultado defectuoso? ¿quién nos puede demostrar, con pruebas tangibles y medibles, que no es el desamor el único y auténtico rey de todos los tiempos, también de éstos, nuestros tiempos modernos?
En mi opinión, y después de una encuesta, nada científica por cierto, pero que me ha servido para testar la opinión de mi entorno más cercano, creo que…