¿Por qué escribo? ¿Por qué me defino como escritor? ¿Es una profesión, un hobby, una vía más de expresión? ¿Acaso un etiqueta, un rótulo cool con el que presentarme? ¿Ante quién? ¿Ante mí, ante los demás? ¿Qué contenido tiene esa palabra? ¿Hasta dónde llega mi compromiso con ella? ¿Un oficio? ¿Es un oficio ser escritor? ¿Es el escritor un trabajador? ¿Como un obrero, un panadero, un administrativo, un agricultor? En este Primero de Mayo me ha parecido pertinente retomar este viejo debate e ilustrarlo con las reflexiones en uno u otro sentido de aquellos y aquellas que viven o vivieron de/para este arte. ¿Por qué escribir? ¿Qué significa ser escritor?
Quizá la respuesta más sencilla sea la de Jorge Luis Borges:
«Escribo porque para mí no hay otro destino»
Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que «el novelista es un rebelde, es un hombre en desacuerdo con su sociedad, con su tiempo o con su clase, un hombre que no está satisfecho con el mundo». Mucho ha llovido sobre el escritor desde entonces, pero a pesar de todo continúa sosteniendo que escribir es un oficio (o no): «Escribir es un trabajo que requiere perseverancia, horarios, imponerse una disciplina y respetarla, eso creo que es fundamental. La razón por la cual me someto con tanta facilidad a
esa disciplina en mi trabajo es porque no tengo la sensación de que sea
un trabajo sino un placer».
En una entrevista para El Correo de la Unesco (PDF), Gabriel García Máquez nos da una visión mucho más terrenal y desapasionada:
«Mercedes, mi mujer, me hizo un día una pregunta: «¿Hoy vas a trabajar o a escribir?»»
«Fue el día en que desperté y descubrí que ya no tenía otra cosa que hacer que escribir. Porque antes hacía dos cosas: escribía, o trabajaba para la publicidad, la televisión, la radio. Mercedes, mi mujer, me hizo un día una pregunta: «¿Hoy vas a trabajar o a escribir?» Habíamos separado el trabajo, que tenía un objetivo pecuniario, del placer de escribir que era improductivo. Y ese día, al despertar, me dije: ahora no necesito trabajar, puedo escribir o no escribir, si lo quiero. Pronto comprendí el peligro que esa libertad significaba, porque si no escribía hoy, no lo haría mañana y probablemente nunca. Seguí escribiendo».
No entramos aquí en consideraciones económicas o políticas acerca de la producción intelectual como trabajo en el sentido sociolaboral del término. Ni siquiera tiramos de DRAE, donde las primeras acepciones de oficio o de trabajo no dejan lugar a dudas. Nos interesa más la vivencia de los propios protagonistas, los literatos, su actitud y su percepción frente a la tarea a la que se encomendaron. Y opiniones hay para todos los gustos y para todos los ánimos, desde los que apelan a la trascendencia o al sacrificio hasta los que se adhieren a la fatalidad o el hedonismo, pasando por los que simplemente prefieren tirar de ironía.
El oficio de escritor
Para Juan Marsé, escribir «no se trata de un placer estético», sino la búsqueda de «la conciencia de que hay algo en alguna parte que es o podría ser más coherente, más hermoso y hasta más real que ese conglomerado de ficciones y convenciones humanas que llamamos realidad y que componen la sociedad en que vivimos».
Luis Landero es taxativo:
«El hombre es un animal narrativo»
Bioy Casares incide en esta idea: «Es algo que va más allá de la técnica; es algo que tenemos en común con los muchachos que entraban en los cafés de El Cairo y contaban las historias que hoy llamamos Las mil y una noches. Somos narradores, hay mucha gente que lo es y para esa gente hay otra que está deseando que le narren historias».
Almudena Grandes se opone a la idea de creador como alguien «que se alimenta de su propia divinidad. La escritura es un oficio que requiere disciplina».
De la misma opinión es Leonardo Padura: «Estar cinco o seis horas concentrado en un trabajo en el que son más las incertidumbres y las dudas que las certezas es duro (…) es un trabajo que puede llegar a ser muy desgarrador. Uno va haciéndose profesional y adquiriendo un cierto método».
«El talento no se enseña, unos nacen con él y otros no»
O María Tena: «Los grandes escritores nos muestran que su arte consiste en una mezcla bien dosificada de talento, técnica, trabajo y deseo. El talento no se enseña, unos nacen con él y otros no, qué le vamos a hacer. Los otros tres ingredientes indispensables pueden enseñarse y contagiarse».
Isabel Allende: «Escribir no es un trabajo de inspiración (…). La mayoría de los escritores trabajan muchas horas y pierden muchas hojas. Para escribir ficción hay que entrenarse con el rigor, la paciencia y la disciplina con que se entrena una atleta. A la mayoría de los estudiantes les cuesta entender eso».
Santiago Gil: «Escribir es trabajo y esfuerzo».
También David Trueba comparte esta perspectiva: «Escribir es un trabajo solitario, lo que a veces es bueno y a veces desolador».
El placer de escribir
John Banville introduce matices: «Escribir es un trabajo peculiar… Escribir es como respirar. Lo hago por necesidad», entroncando con el enfoque de Borges, al igual que José Luis Sampedro, aunque éste se muestra mucho más contundente al expresar la idea de que escribir no es un oficio:
«Para mí, escribir no es un trabajo; es una necesidad vital»
En una línea similar respondía César Aira a un lector: «En nuestro oficio todo depende de las ganas. Nadie escribe por necesidad. Escribir no es un trabajo. Y las ganas se pierden por el simple y fatal mecanismo de que con los años todo se pierde.».
Algo que suscribe Julio Merino: «Escribir no es un trabajo, escribir o es una diversión o no es nada y por ello mientras viva seguiré escribiendo».
Alexis Ravelo: «Me planteo el oficio de la escritura como una tarea de aprendizaje», aunque también admite que sufre escribiendo: «Pero aún así no puedo evitar hacerlo».
«La literatura no es un oficio, es una manera de estar en el mundo»
Julio Cortázar: «Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren».
Jean-Marie Gustave Le Clézio abre con esta sentencia nuestro recorrido romántico: «La literatura no es un oficio, es más bien una vocación, una especie de sueño».
«La literatura no es un oficio, es una enfermedad»
Que prosigue con Ricardo Menéndez Salmón: «La literatura no es un oficio, es una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza».
Jesús García Calderón lo tiene claro: «Dedicarse a la literatura es un placer». Eso sí, el trabaja en otra cosa.
Ni sí ni no, sino todo lo contrario
Y a reflexiones como ésta de Vladimir Nabokov nos referíamos cuando hablábamos de ironía:
«A los quince años me veía a mí mismo como escritor mundialmente famoso a los setenta, con una melena blanca y ondulada. Hoy estoy prácticamente calvo».
Y un par de salidas ingeniosas más:
«Hay que ser un neurótico para dedicarse a esta tontería —me dice un amigo por teléfono refiriéndose a la angustia de escribir—». —Augusto Monterroso.
«Es preciso decidir qué es más importante: vivir bien o escribir bien. No hay que atormentarse con ambiciones contradictorias». —Stephen Vizinczey.
Como vemos, ni siquiera en la respuesta a preguntas tan elementales los escritores son capaces de ponerse de acuerdo. Quizá porque escribir sea todo o nada de eso a la vez: una experiencia personal que cada cual lleva como puede, vive a su manera. Puede ser una profesión si así te lo propones, tienes los mimbres y logras dar con la tecla del sustento, puede ser solo un deleite o un canal de exteriorización si no piensas vivir de ello. Puede ser incluso un mero pasatiempo. O una obsesión. Una dedicación, en cualquier caso, con la que se sufre y se disfruta en diferentes grados, a distintos niveles, en distinta proporción, pero en la que resulta extremadamente complejo encontrar el término medio.