Corrido de Artemio Cruz

Homenaje al novelista mexicano Carlos Fuentes, y a su maravillosa y tierna novela 'La muerte de Artemio Cruz'

Echedey Medina Déniz

Echedey Medina Déniz (Moya, 1994) cursa el Grado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). Si bien hace relativamente pocos años que ha descubierto la poesía modernista de sus paisanos, se confiesa desde su infancia un admirador inconsciente de la sensualidad de los juegos florales del bosque umbrífero de Doramas, donde pasó sus años de niño jugando. Aún sin abandonar el juego, se ha sumado ahora a una aventura literaria que pretende ser el camino para ser partícipe de la fiesta de la vida, pues cree lo que dice Osho: «Conózcanse a sí mismos pues el camino es hacia adentro». Aunque cursó un primer año en el Grado de Historia, supo pronto que su amor siempre había sido la filología. Fue miembro del grupo literario El Paseo de los Flamboyanes y actualmente es miembro del grupo literario Palma y Retama, junto a otros compañeros de carrera.

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«Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!».

—Pedro Salinas

Tú te llamarás Artemio Cruz, te llamarán.
Nacerás en la región más transparente
y vivirás ochenta años apenas sin darte cuenta.
Tú no verás las calaveras de tus abuelos,
creerás que eres infinito, sin color.
Y así vivirás, pensando en ti.

Creyendo de verdad que empiezas y acabas en ti mismo,
Que eres infinitamente tuyo, para ti,
Y que naciste para un yo que no se parte,
Un Artemio indivisible, implacable.
Pero tú no te culparás a ti, culparás a tu país,
le reprocharás al valle de Anáhuac
que cada mañana abran la ventana,
que salga el sol y que nazca gente.
Soy Artemio, dirás, que se callen, carajo.
Tú te harás llamar don Artemio, te llamarán.
Vivirás en la región más poderosa
Y amasarás una fortuna sin darte cuenta.
Tú no podrás ver –estarás distraído–  el aire
entrar y salir de tus pulmones, no sabrás
agradecer el bombeo de la sangre
que riega tu cerebro cada segundo de tu vida
y no podrás sorprenderte del milagro de la pasión
en los tantos encuentros con tus amantes.

Tú te llamarás Artemio Cruz,
y vivirás al ritmo de la sangre europea
y girará tu reloj a la hora norteamericana.

Tú te afeitarás con lociones de moda,
contratarás choferes, cocineras y jardineros.
Tú sepultarás tu armario de trajes elegantes,
Te pondrás corbatas y mocasines de piel.
Adorarás la pompa y la elegancia,
besarás la pulcritud refinada.
Arreglarás tu bigote meticulosamente y te peinarás
sin pararte a pensar por qué tienes la piel morena
y los ojos achinados. Tú vivirás –es lo único que sabes hacer–
sin pensar en la india que te parió encima de un petate.
Tú invertirás en acciones y crearás empresas,
amañarás concursos de arquitectos e ingenieros
y te construirás una mansión en las afueras.
Te harás amigo de senadores y oficiales,
Y los invitarás a brindar por la nación.
Darás discursos, te reafirmarás en ti.
Soy Artemio Cruz, dirás, no puedo cambiar.
Aprenderás inglés para cerrar acuerdos
y comprarás al embajador con un flete.
Te nombrarán senador, ministro,
Y te llenarás los bolsillos con favores,
y ordenarás la muerte de miles de obreros en una plaza.
Te encumbrarán, saldrás en los diarios, y vivirás.
Tu pecho laterá durante años, tu sangre bombeará
sin cesar en tus manos, tus dedos y tus piernas.
No verás el esfuerzo, la liviandad de estar vivo,
te esconderás en yates y limusinas para huir.
Manipularás, engañarás y te traicionarás a ti mismo,
llenarás tus días de citas, de discursos en reuniones.
No notarás el peso del pecho aflojando,
no sentirás la sangre con menos fuerza.

Saldrás a la calle como todos los días,
desayunarás con tu mujer sin amor
y le darás dinero sin ganas.
Llegarás a la oficina como siempre
y saludarás a tu secretaria,
le ordenarás el plan del día
y entrarás a tu despacho.
Te encerrarás. Te encontrarás indispuesto,
sentirás un ligero malestar pero no le darás importancia.
Seguirás trabajando en tus cuentas
hasta que sentirás la punzada en el pecho.
Un aguijonazo te desagarrará el vientre,
tratarás de levantarte a pedir ayuda,
pero no te saldrá la voz, los pies no te dejarán
y caerás desplomado en la mesa de cristal.
Vivirás un poco más, abrirás los ojos en el hospital,
y no encontrarás a nadie contigo.
Serás Artemio Cruz con un hilo de voz, un velamen negro
te reafirmará ligeramente en ser Artemio Cruz,
pero te mirarás las manos morenas y recordarás.
Tú recordarás tu infancia, cuando no eras Artemio Cruz.
Cuando eras el hijo bastardo de don Pedro,
el único hijo de Isabel,
el niño feliz que vivía en los pronombres.
Y volverás a sentirte pleno, vivo,

en el recuerdo infinito de no ser nadie.
Tú apenas podrás saber quién eres,
serás el que pudo serlo todo
antes de ser Artemio Cruz,
designación cero,
hombre raso en potencia,
antes de que te prohibieras,
antes de que te asustaras,
antes de que fueras prisionero de ti,
antes de que te chingaran.
Pero tú no podrás evitarlo,
soy Artemio Cruz, dirás con dificultad,
y te esconderás entre las sábanas aterrado,
no puedo cambiar, dirás.
Llorarás y te escudarás en ti, como siempre.
Serás joven de nuevo, el idealista,
el Artemio furioso y enamorado.
Volverás a sentir el peso de tu circunstancia,
recordarás a Regina desnuda, los muslos mojados.
Dónde estás Regina, tú la buscarás
en la maraña de las noches de Chihuahua,
noches claras de amor puro, desinteresado.
Pero soy Artemio Cruz, te reafirmarás sin voz,
dónde está tu amor desinteresado.
Llorarás, y te creerás sin amor, como siempre,
sin tiempo para amar, sin comprensión.
Tú volverás a la escuela pobre,
volverás a tener ideas, a soñar,
volverás a ser íntegro y honesto,
volverás a comprometerte.

Tú recordarás los años de la pólvora y el levantamiento,
volverás a galopar en el desierto con el poncho azul,
volverás a creer en la revolución, cantarás de nuevo
Vivan los Dorados del Norte. Y tú descansarás,
volverás a descansar en el recuerdo
de levantarse en armas contra los pronombres.
Llorarás, sentirás nostalgia. Pero te reafirmarás.
Soy Artemio Cruz sin miedos, Artemio Cruz decidido.
Soy Artemio Cruz indivisible,
no puedo cambiar.
Tú te esconderás entre las sábanas,
volverás a sentirte solo,
más solo que nunca sin tu mujer que te odia,
y tu hija que te ignora pero que quiere tu herencia.
No importa, dirás, te reafirmarás.
Soy Artemio Cruz, que se callen,
que cierren la ventana, que no salga el sol.
Tú recordarás cómo te vendiste,
cómo contribuiste a vender la revolución,
recordarás los pactos con los ministerios
y las medallas de Héroe de la Patria.
Recordarás los discursos vacíos,
y las promesas, y las mentiras,
y los asesinatos de los indios.
Te reafirmarás, no pude cambiar,
soy Artemio Cruz, dirás. Tú recordarás:
«Eres quien eres porque supiste chingar
y no te dejaste chingar;
eres quien eres porque no supiste chingar
y te dejaste chingar: cadena de la chingada
que nos aprisiona a todos:
eslabón arriba, eslabón abajo,
unidos a todos los hijos de la chingada
que nos precedieron y nos seguirán»
Tú no podrás recordar quién eres,
te estarás desgajando, apenas respiras.
Apenas. Serás el niño de Isabel,
el hjio bastardo de don Pedro,
el que vino buscando a su padre.
Y lo entenderás, medianamente
llegarás a entender que eres todos los hijos
de todos los hombres.
Tú apenas podrás saber quién eres,
serás el que pudo serlo todo
antes de ser Artemio Cruz,
designación cero,
hombre raso en potencia.
Serás el que no decidió esto,
el yo infinito del principio,
el que pudo cambiar y no quiso.
Tú llorarás con dificultad,
y sentirás todo el amor que te faltó en la vida,
te atormentarás por las cosas que hiciste,
pero soy Artemio Cruz, dirás por última vez,
no quise cambiar.
Tú respirarás por última vez
y recordarás a la india que te parió encima de un petate,
madre, dónde estás, dirás.
Y verás que la vida no vale nada,
y cerrará los ojos Artemio Cruz.

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